Tuesday, January 21, 2014

AZOTEA

Las luces citadinas son diferentes cuando las vemos desde una azotea. Más cuando alguien te dice "te quiero" así de frente.

Es tal como sucedió.

Apenas el frío comenzaba a calar en el otoño de esta ciudad. Era un octavo (¿séptimo?) piso, pero después de una noche de tragos y baile y las cosas que se dicen cuando la gente celebra el fin de un ciclo y el inicio del siguiente.

Es curioso. Nuestra primera cita la pensé como sólo un asunto laboral, pero cuando me hicieron saber y ver que llevaba un vestido floreado que nunca usaba, fue que me sentí en una insólita emboscada.

Sin embargo, ella con el tiempo se hizo de un novio, por lo que la cosa se enfrió, una parte porque a ella se le acabó el tiempo libre y por otra debido a que, después de 15 años jugando papeles secundarios en teatros ajenos, decidí que ya no era mi tiempo en tales foros.

Así las cosas transcurrieron por meses, pero una vez que (el siempre inefable alcohol) aligeró sus tensiones en una azotea de esta ciudad, me lo dijo. Me dijo que me quería y que me quería mucho. Eras atrás esas palabras hubieran sido un mágico traslado hacia el Paraíso. Me hubiera hecho dejarlo todo e iniciar la guerra por su alma y su cuerpo.

Pero ya no.

Ahora, con los años, he aprendido que las pulsiones detrás de las palabras son de lo más variables. Unas veces responden a profundas crisis, otras responden sólo a los impulsos incontrolables de la carne y de la culpa. No le dije nada y ni siquiera cuando caminamos juntos por las calles de la madrugada capitalina pensé que había que hacer algo.

Sólo me limité a asentir y pensar que a veces, la respuesta más tierna es el silencio.

DE PASEO

Sí. Era un poco raro. Las primeras veces que nos vimos, era un poco arisca, llena de resentimientos y frustraciones. Era un mazo de hostilidades. Alguien se preguntará cuál era mi interés en ella.

Bueno, sólo diré que es lo más cercano a una caricatura japonesa que he visto en persona: cabello negro, largo; tez blanca, alta y delgada, ojos enormes y todo lo demás. Y sí, fueron citas extrañas; por momentos parecía que hablaba con alguien que se hallaba a decenas de kilómetros de distancia. Sin embargo, desde que la conocí me di cuenta que sería complicado llegarla a conocer y llegar al fondo de la maraña de quien lleva consigo un cuerpo que le condena a ser vista como un objeto.

Pero nada de eso era problema para mí. Al fin y al cabo, con el paso de los años me he tornado en un especialista de la curiosidad. Así las cosas, mientras recorríamos la ciudad en taxi; de pronto se acurrucó junto a mi y cerró los ojos. Sin querer me dí cuenta de lo que tenía entre mis brazos; una niña de apenas 20 años que confiaba sus sueños a mi abrazo.

Claro, cuando despertó ya estábamos en otro planeta.

Y entonces recordé lo que decía el poeta Robert Browning

The year’s at the spring,
And day’s at the morn;
Morning’s at seven;
The hill-side’s dew-pearled;
The lark’s on the wing;
The snail’s on the thorn;
God’s in His heaven—
All’s right with the world!