Fue una noche parecida a ésta. Sólo que hacía mucho más calor.
Cuando salí de la cantina, no quise mirar hacia atrás. Quizá había demostrado que podía ser tan mala persona como cualquier otro.
No me causó un particular orgullo. En realidad me sentía muy mal por haberla dejado. Pero una botella de tequila más tarde, yo ya estaba harto de sus súplicas y sus deseos de que me quedara con ella hasta el amanecer.
Era extraño, nos habíamos conocido desde hacía años, quizá desde antes de que me hundiera en el desastre cotidiano de la multiplicidad. Delgada y morena, me pareció la mejor idea en aquel tiempo. Pero como suele suceder, no tenía la menor idea de que terminaríamos así, entre cumbias y abandonos.
Toda mi vida la había pasado de rechazo en rechazo. Siempre a la espera de una oportunidad que jamás llegaba. Y aquí, décadas más tarde, rechazando poner una letra en mi abecedario.
A la mañana siguiente me envió mensajes (claro, estamos en el siglo XXI) y me dijo que era la persona más despreciable que había conocido. Que no quería saber de mí nunca más. Que deseaba que me largara de su vida.
Y eso hice, desde las cuatro de la mañana, cuando crucé el umbral entre las banquetas mojadas y los estertores de una noche que salía de sí misma. Ella lo decía con toda la razón. A veces me comporto como una persona despreciable.
Pero eso no obstó cuando me levanté de la mesa, harto de mi propia aventura. Había llevado las cosas demasiado lejos y ahora tenía que dar marcha atrás.
Y así lo hice, como lo hago cada tanto que debo borrar unos renglones del cuaderno de estos años.
La vida posmo
La vida de un tipo que se hace llamar periodista en el México de la primera década del siglo XXI. Y un hombre de letras, según.
Saturday, June 21, 2014
Friday, March 21, 2014
FUERA DEL ABECEDARIO
Cosas extrañas de la vida. En dos días consecutivos, dos letras abandonaron mi abecedario.
Ambas en el ánimo de hallar paraísos personales. Ambas en otros lugares, distintos de esta ciudad de acero y noche.
Podría lamentar lo sucedido, pero no me queda duda que era lo mejor. Desde el principio sólo esperé pequeñas fugas entre el mar del tedio y la tensión. No hubo más.
El primer adiós era esperado. Con un par de copas en la mano brindamos por la nueva vida hacia la que se dirige. No quise entregarme al sentimentalismo, resolví un secreto que siempre me intrigó y me dispuse a mirar sus ojos por última vez en la esquina de Bolívar y 16 de septiembre.
Algo me dice que volveré a verla algún día. Se aferró en la salvación de quien le prometió un cuaderno en blanco, de satinadas hojas y lejos de las trituradoras cotidianas. Quizá sea una apuesta exitosa y terminará del otro lado del Atlántico; que es lo que en el fondo quiere, el príncipe que se la lleve hacia un castillo donde la protegerá de sí misma y de todos los demás.
Mucha suerte y un beso en la frente.
Al día siguiente otra letra se despidió; ésta lo hizo de manera sorpresiva. Tampoco es que fuera demasiado importante: desde el primer encuentro quedó claro que lo que le movía era simple deseo de viajar en la misma canoa mientras las corrientes no definían el curso de su vida.
Sucedió que halló quien pudiera vivir con sus ataques de enojo, con sus prisas. Yo no podría haberlo hecho mejor; así, casual lo dijo, quizá con un dejo de sentimentalismo, habido el hecho de que le dió un poco de pena admitir que por algunos meses había aceptado pasar ratos aquí mientras otros estab a la iglesia rezando por su alma y la de su diptongo.
Con el paso de los años me he tornado un poco cínico. Los dilemas morales quedaron atrás muchos años ha. Sin embargo, al ver cómo se alejan con alegría hacia sus nuevos destinos, es que pienso que incluso hay letras que puedes borrar alegremente de tu cuaderno.
Otro beso en la frente.
Ambas en el ánimo de hallar paraísos personales. Ambas en otros lugares, distintos de esta ciudad de acero y noche.
Podría lamentar lo sucedido, pero no me queda duda que era lo mejor. Desde el principio sólo esperé pequeñas fugas entre el mar del tedio y la tensión. No hubo más.
El primer adiós era esperado. Con un par de copas en la mano brindamos por la nueva vida hacia la que se dirige. No quise entregarme al sentimentalismo, resolví un secreto que siempre me intrigó y me dispuse a mirar sus ojos por última vez en la esquina de Bolívar y 16 de septiembre.
Algo me dice que volveré a verla algún día. Se aferró en la salvación de quien le prometió un cuaderno en blanco, de satinadas hojas y lejos de las trituradoras cotidianas. Quizá sea una apuesta exitosa y terminará del otro lado del Atlántico; que es lo que en el fondo quiere, el príncipe que se la lleve hacia un castillo donde la protegerá de sí misma y de todos los demás.
Mucha suerte y un beso en la frente.
Al día siguiente otra letra se despidió; ésta lo hizo de manera sorpresiva. Tampoco es que fuera demasiado importante: desde el primer encuentro quedó claro que lo que le movía era simple deseo de viajar en la misma canoa mientras las corrientes no definían el curso de su vida.
Sucedió que halló quien pudiera vivir con sus ataques de enojo, con sus prisas. Yo no podría haberlo hecho mejor; así, casual lo dijo, quizá con un dejo de sentimentalismo, habido el hecho de que le dió un poco de pena admitir que por algunos meses había aceptado pasar ratos aquí mientras otros estab a la iglesia rezando por su alma y la de su diptongo.
Con el paso de los años me he tornado un poco cínico. Los dilemas morales quedaron atrás muchos años ha. Sin embargo, al ver cómo se alejan con alegría hacia sus nuevos destinos, es que pienso que incluso hay letras que puedes borrar alegremente de tu cuaderno.
Otro beso en la frente.
Tuesday, January 21, 2014
AZOTEA
Las luces citadinas son diferentes cuando las vemos desde una azotea. Más cuando alguien te dice "te quiero" así de frente.
Es tal como sucedió.
Apenas el frío comenzaba a calar en el otoño de esta ciudad. Era un octavo (¿séptimo?) piso, pero después de una noche de tragos y baile y las cosas que se dicen cuando la gente celebra el fin de un ciclo y el inicio del siguiente.
Es curioso. Nuestra primera cita la pensé como sólo un asunto laboral, pero cuando me hicieron saber y ver que llevaba un vestido floreado que nunca usaba, fue que me sentí en una insólita emboscada.
Sin embargo, ella con el tiempo se hizo de un novio, por lo que la cosa se enfrió, una parte porque a ella se le acabó el tiempo libre y por otra debido a que, después de 15 años jugando papeles secundarios en teatros ajenos, decidí que ya no era mi tiempo en tales foros.
Así las cosas transcurrieron por meses, pero una vez que (el siempre inefable alcohol) aligeró sus tensiones en una azotea de esta ciudad, me lo dijo. Me dijo que me quería y que me quería mucho. Eras atrás esas palabras hubieran sido un mágico traslado hacia el Paraíso. Me hubiera hecho dejarlo todo e iniciar la guerra por su alma y su cuerpo.
Pero ya no.
Ahora, con los años, he aprendido que las pulsiones detrás de las palabras son de lo más variables. Unas veces responden a profundas crisis, otras responden sólo a los impulsos incontrolables de la carne y de la culpa. No le dije nada y ni siquiera cuando caminamos juntos por las calles de la madrugada capitalina pensé que había que hacer algo.
Sólo me limité a asentir y pensar que a veces, la respuesta más tierna es el silencio.
Es tal como sucedió.
Apenas el frío comenzaba a calar en el otoño de esta ciudad. Era un octavo (¿séptimo?) piso, pero después de una noche de tragos y baile y las cosas que se dicen cuando la gente celebra el fin de un ciclo y el inicio del siguiente.
Es curioso. Nuestra primera cita la pensé como sólo un asunto laboral, pero cuando me hicieron saber y ver que llevaba un vestido floreado que nunca usaba, fue que me sentí en una insólita emboscada.
Sin embargo, ella con el tiempo se hizo de un novio, por lo que la cosa se enfrió, una parte porque a ella se le acabó el tiempo libre y por otra debido a que, después de 15 años jugando papeles secundarios en teatros ajenos, decidí que ya no era mi tiempo en tales foros.
Así las cosas transcurrieron por meses, pero una vez que (el siempre inefable alcohol) aligeró sus tensiones en una azotea de esta ciudad, me lo dijo. Me dijo que me quería y que me quería mucho. Eras atrás esas palabras hubieran sido un mágico traslado hacia el Paraíso. Me hubiera hecho dejarlo todo e iniciar la guerra por su alma y su cuerpo.
Pero ya no.
Ahora, con los años, he aprendido que las pulsiones detrás de las palabras son de lo más variables. Unas veces responden a profundas crisis, otras responden sólo a los impulsos incontrolables de la carne y de la culpa. No le dije nada y ni siquiera cuando caminamos juntos por las calles de la madrugada capitalina pensé que había que hacer algo.
Sólo me limité a asentir y pensar que a veces, la respuesta más tierna es el silencio.
DE PASEO
Sí. Era un poco raro. Las primeras veces que nos vimos, era un poco arisca, llena de resentimientos y frustraciones. Era un mazo de hostilidades. Alguien se preguntará cuál era mi interés en ella.
Bueno, sólo diré que es lo más cercano a una caricatura japonesa que he visto en persona: cabello negro, largo; tez blanca, alta y delgada, ojos enormes y todo lo demás. Y sí, fueron citas extrañas; por momentos parecía que hablaba con alguien que se hallaba a decenas de kilómetros de distancia. Sin embargo, desde que la conocí me di cuenta que sería complicado llegarla a conocer y llegar al fondo de la maraña de quien lleva consigo un cuerpo que le condena a ser vista como un objeto.
Pero nada de eso era problema para mí. Al fin y al cabo, con el paso de los años me he tornado en un especialista de la curiosidad. Así las cosas, mientras recorríamos la ciudad en taxi; de pronto se acurrucó junto a mi y cerró los ojos. Sin querer me dí cuenta de lo que tenía entre mis brazos; una niña de apenas 20 años que confiaba sus sueños a mi abrazo.
Claro, cuando despertó ya estábamos en otro planeta.
Y entonces recordé lo que decía el poeta Robert Browning
The year’s at the spring,
And day’s at the morn;
Morning’s at seven;
The hill-side’s dew-pearled;
The lark’s on the wing;
The snail’s on the thorn;
God’s in His heaven—
All’s right with the world!
Bueno, sólo diré que es lo más cercano a una caricatura japonesa que he visto en persona: cabello negro, largo; tez blanca, alta y delgada, ojos enormes y todo lo demás. Y sí, fueron citas extrañas; por momentos parecía que hablaba con alguien que se hallaba a decenas de kilómetros de distancia. Sin embargo, desde que la conocí me di cuenta que sería complicado llegarla a conocer y llegar al fondo de la maraña de quien lleva consigo un cuerpo que le condena a ser vista como un objeto.
Pero nada de eso era problema para mí. Al fin y al cabo, con el paso de los años me he tornado en un especialista de la curiosidad. Así las cosas, mientras recorríamos la ciudad en taxi; de pronto se acurrucó junto a mi y cerró los ojos. Sin querer me dí cuenta de lo que tenía entre mis brazos; una niña de apenas 20 años que confiaba sus sueños a mi abrazo.
Claro, cuando despertó ya estábamos en otro planeta.
Y entonces recordé lo que decía el poeta Robert Browning
The year’s at the spring,
And day’s at the morn;
Morning’s at seven;
The hill-side’s dew-pearled;
The lark’s on the wing;
The snail’s on the thorn;
God’s in His heaven—
All’s right with the world!
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