Un pacto secreto / De nosotros dos
Amanda Miguel
Cada candidato a la presidencia de la república saca el mismo argumento a colación: cuando ganen, convocarán a un gran pacto de unidad nacional para que el país deja atrás sus rencillas y se reincorpore en la labor fecunda y creadora, como decía Adolfo Ruiz Cortines en algún momento de su senecta presidencia, allá por los mediados del siglo XX.
Yo no sé ni por qué recurren a esta forma retórica de hacer política. Poco más o menos me imagino que los políticos se figuran esta clase de cosas como una suerte de ritual faraónico (preferentemente en el Palacio Nacional) donde TODOS los actores políticos de este país (desde clérigos hasta la Selección Nacional en pleno) sentados mientras en el presidium el presidente (obviamente el candidato se imagina a sí mismo en la gloria de su oscuro traje cruzado por la banda tricolor) pasan uno a uno a firmar el pergamino donde compromisos trascendentales (como no volver a entorpecer al presidente o sonreír para las cámaras asiduamente) son signados por cada uno de los personajes,
Pero lo mejor sucede afuera
Miles de personas abarrotan el Zócalo, gritando vivas al presidente a medida que pantallas gigantes muestran el desfile de signatarios. Finalmente, luego de algunas emocionadas palabras, el presidente camina lentamente con una carpeta de piel de escroto de rinoceronte bajo el brazo y sale por el balcón central del Palacio Nacional. La multitud (con una alegría mayor a la de la noche del 15 de septiembre) grita extasiada mientras el Presidente (ahora sí, con mayúsculas) muestra el documento y las vivas lo cubren. Las campanas de la Catedral Metropolitana resuenan a todo lo que da... y es el despertador que suena con intensidad.
Eso de convocar pactos, de juntar a todos los hombres de honra y pro del país para convocarlos a redactar, firmar y seguir un pacto con objetivos comunes es uno de los caminos seguros para no llegar a ninguna parte. Al menos en lo que tengo de vida, se han propuesto varios pactos nacionales (Pacto de Solidaridad Económica, Pacto para la Estabilidad y el Crecimiento Económico y más recientemente Pacto de Chapultepec) que se firman con gran bombo y platillo, para no llegar a nada. Algunos titulares de periódico se ocupan en el asunto, los columnistas se toman un par de días para decir lo mismo que yo (que los pactos no sirven para nada) y el país sigue su marcha inmutable.
No es de extrañar: uno de nuestros primeros acuerdos políticos (el Abrazo de Acatempan entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero) terminó con el fusilamiento de Guerrero por obra del caos político que trajo la última fase del período de la Independencia. Iturbide terminó igualito: fusilado depués de la locura de su intento de crear un Imperio Mexicano de opereta.
Así las cosas, los documentos firmados, refirmados y confirmados terminan sin tener un valor relevante en nuestra vida política. Porque simplemente no hay forma de hacer que la gente cumpla lo que promete cuando no hay ni castigo de por medio. Es una pena que las cosas sean así en México, pero así son y ni modo. Por ello creo que lo que mejor deberían hacer los candidatos en los pocos días que les quedan de campaña, es proponer las cosas que realmente está en su mano hacer. Las escenas cinematográficas, al estilo de la presentación de Simba en El Rey León no son más que sueños de opio para consumo presidencial.
Apunte pambolero: en lo dicho
Como se había previsto, el empate con Angola demuestra que las bravatas al calor de los tequilas no sirven de nada en la cancha de juego. Lo sabemos bien, el soccer mexicano es apenas lo suficientemente bueno como para pasar de panzazo, que nadie se sienta sorprendido.
Lo extraño, como cada Mundial, es que alguien se crea que tenemos madera de campeones y que podemos llegar tan lejos como nuestros sueños lo permitan. Eso sí que es Bailando por un sueño.
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