El problema de la tortilla se ha convertido en un gran dolor de cabeza para economistas, politólogos y buena parte de la fauna política de este país. No los culpo pues de lo que se ha rescatado es que este es un problema ya no digamos complejo sino por momentos incomprensible.
Por principio de cuentas, han salido docenas de culpables. Hay quien culpa a los gringos por haber desarrollado programas obligatorios para comenzar a agregar etanol a la gasolina de aquí al 2010. Otros le atribuyen la culpa a la avaricia y a la mendacidad de los acaparadores, un nebuloso grupo de personas que, agazapados en silos vigilados por personas fuertemente armadas, guardan millones de toneladas de maíz, a la espera de que los precios suban hasta precios estratosféricos. Unos más culpan a los tortilleros por tener negocios changarreros con márgenes de ganancia miserables que les atan a un solo producto por el que tienen que vivir con el Jesús en la boca pendientes de los caprichos de los precios del gas, el maíz y la electricidad, cual si fueran corredores de mercados de futuros.
Por otro lado, muchas culpas se escurren a los campesinos maiceros, por vivir en y de parcelas microscópicas con las que apenas pueden subsistir y que, aunada a la geografía mexicana (que ahora resulta negada para el cultivo masivo de la mazorca) crea un círculo vicioso de pobreza y marginación que a la larga impide el cultivo y cosecha necesarios para alimentar a nuestra nación. Y finalmente, por allí hubo algún columnista que le echó la culpa al pueblo mexicano por estar amarrado a la hegemonía del maíz, que les condena a vivir en un régimen alimenticio monótono y cada vez más costoso.
En la misma diversidad están las soluciones. Hay quien pide que se establezca de inmediato el capítulo del Tratado de Libre Comercio que abre las fronteras al maíz y al frijol para que las importaciones gringas bajen el precio por efecto de las leyes de la oferta y la demanda. Otros proponen lo contrario: cerrar de inmediato las fronteras al maíz para que los campesinos puedan defenderse mejor de las aniquiladoras y masivas importaciones maiceras. Para algunos el quid del asunto se encuentra en promover a la voz de ya la siembra de cepas transgénicas de maíz que permitan el aumento en el rendimiento de los cultivos y los ecologistas promueven justo lo contrario, el aumento masivo en la siembra de las variedades nacionales que a lo largo de miles de años permitieron a nuestros ancestros una dieta balanceada y justa con el medio ambiente.
Obviamente, hay quienes llaman por la inyección de recursos a los campesinos para que ellos compren fertilizantes e instalen sistemas de riego que permitan mantener una producción estable del grano. Para otros estudiosos del fenómeno, el problema se encuentra en la distribución de las parcelas por lo que se llama a la unificación de microparcelas y la creación de unidades de producción financieramente sustentables. No faltan quienes llaman por soluciones un poco más… radicales: enjuiciando a los acaparadores (sea quienes sean) para que, como en los tiempos de la Revolución sean sacados a barrer las calles y el grano, obviamente confiscado (aquí me imagino escenas de multitudes entrando a los silos para sacar con cubetas, rebozos y sombreros todo el maíz posible). Y como cereza en el árbol de las soluciones, quizá la más radical: dejar de comer maíz, diversificar la dieta y prepararnos para comer quizá las suelas de nuestros zapatos, pues lo que no saben estos economistas que proponen esto es que el famoso etanol se puede hacer casi con cualquier materia orgánica (vegetal o animal), por lo que cualquier alimento es potencialmente fuente de combustible.
Yo pienso, humildemente, que la solución está en todas las respuestas y en ninguna a la vez. Es un problema ver a los ejidatarios en sus parcelas moribundas, pero me temo que no habrá muchos campesinos jóvenes que quieran regresarse a trabajar las hambreadas tierras ante mejores perspectivas en los mercados laborales de la Ciudad de México… o Los Angeles. Creo que es bastante ridículo en insistir en la idea de forzar a tierras famélicas a exprimirles granos de maíz sin la ayuda de tecnología como los transgénicos, pero también me parece una barbaridad la propuesta de que los mexicanos mejor nos pongamos a comer otra cosa… como si esto fuera tan fácil y hubiera árboles de sushi creciendo en las serranías o pizzas de champiñón rodando por las llanuras nacionales.
Finalmente, la cuestión de los acaparadores me parece una acusación muy nebulosa porque, cosa extraña, salvo tres empresas (Cargill, Maseca y Minsa) que no abarcan la totalidad del mercado nadie puede señalar con pelos y señales a los acaparadores que, según dicen, están agazapados en el Bajío. ¿Quiénes son?, ¿cómo se llaman? O su poder es más grande que el de las trasnacionales para que los medios no se atrevan a publicar sus nombres. Y finalmente, eso de dar subsidios puede ser una buena idea pero mucho dinero ha ido a parar a bolsillos de burócratas sin que los pobres puedan ver un beneficio. Lo mismo opino de los controles de precios a chaleco… caldo de cultivo para que medren los verdaderos acaparadores y especuladores.
1 comment:
Buen título y reflexión Leo ;)
Un abrazo
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