Un final es terrible en la entrada del 14 de junio de 1986:
"Con una voz extraña me contestó": "no voy a volver nunca más". La comunicación se cortó. Silvina me dijo: "estaba llorando". Creo que sí. Creo que llamó para despedirse.
Sin embargo la última anotación del diario posee ternura lánguida.
Bernès grabó a Borges cantando La morocha y otros tangos. Dice que en esa grabación Borges ríe con la risa de siempre.
¿Y yo? Triste. No debió morir así Borges (aislado, acasillado por una mujer como María Kodama quien, siguiendo la tradición de otras como Marie-Jose Paz, le podó el camino al más allá y aún vive de los réditos) y menos sin su amigo Bioy. Quizá Borges debió haber fallecido en su departamento, o mejor, en el comedor donde pasó tantas conversaciones deliciosas con su amigo, confidente y compañero.
Pero está muerto Borges. Muerto Bioy. Muertos sus amores, sueños y gato Beppo. Muerto su mundo conservador. Muerta su resistencia como muerta su ceguera. Sólo quedan las letras de sus libros que conservo en el librero de mi recámara. Su Invención de Morel, sus Ficciones.
Quizá como homenaje sólo se me ocurre transcribir una frase del 25 de agosto de 1969:
Al fin y al cabo, la filosofía, la religión (con la participación de la divinidad), ¿no serán juegos a los que jugamos mientras tanto, entre dos nadas? ¿ Vamos a dejarnos engañar por nuestros propios juegos? ¿No es más natural aferrarse a lo único real que tenemos, la vida?
Creo que es la primera vez que escribo con la voz entrecortada.
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