Vamos por partes:
Quién iba a pensar que algo tan anodino como una gripa se ibaa convertir en la antesala del próximo apocalipsis. Medio en broma, medio en serio, le decía a mi madre que el mundo ahora nos va a culpar por destruir la civilización como la conocemos, nosotros tan pachangueros y bullangueros.
Sólo se me quedó mirando y no se rió.
Sin embargo, me gustaría decir que para la idiosincrasia mexicana, el comportamiento de la población me parece que ha sido ejemplar. ¿En qué otra megalópolis del mundo pones a la ciudad en un estado de virtual parálisis y no se desata un caos generalizado? Lo más atorrante ha sido estar en las largas filas de personas en el supermercado. La explicación es impecable: los niños empacadores tuvieron que ser enviados a casa.
Y uno metiendo a trompicones la compra en la bolsa. Esto y la escasez de jitomates decentes podrían ser las únicas evidencias de que las cosas se han complicado. Fuera de eso, estamos como en cualquier otro día de la semana... sin clases, eso sí pero todos los alumnos encerrados.
En realidad no podría hablarse de pánico, pero cuando la situación está cambiando hora con hora es difícil pensar que la vida puede seguir como si nada. Mírenme a mi, mis citas han sido canceladas, el trabajo se mantiene a duras penas en forma remota y la planeación de mis cosas se ha tenido que dilatar hasta nuevo aviso, incluyendo un viaje de trabajo que tenía planeado en un par de semanas.
Peor aún. El estado mental de la gente que me rodea (virtualmente) es pésimo; quizá una editora se lleva las palmas con un profile que dice, "el que no se muera gana este juego". Pero no se les puede culpar, cuando metes a una nación entera del gozo previo a un puente vacacional a una forzosa semicuarentena, puedes esperar cualquier cosa.
Pero bueno, quizá la única buena noticia con la que se puede contar es que la humanidad siempre ha sobrevivido. Incluso las más letales epidemias virales (la de influenza española de 1918, la de peste negra en el siglo XIII y la de cocoliztli durante la Conquista) nunca fueron capaces de destruir a las poblaciones humanas. Siempre hemos podido sobrevivir.
Claro que lo que ha sobrevivido es muy diferente a lo que había antes. Las sociedades que salen de las grandes epidemias viven alteraciones culturales y sociales muy fuertes. Se dice que la Europa que sobrevivió a la peste negra perdió la fe en la iglesia, destruyó buena parte de los candados que mantenían vivo el absolutismo de los monarcas y en el paso del tiempo abrieron camino a la caída de las coronas y el advenimiento de la democracia secular.
Dícese lo mismo del cocoliztli. Al parecer tras la epidemia (que dejó a la población indígena tan sólo en una fracción del 10% de la población original) el camino quedó abierto para que se formara una sociedad mestiza, donde el factor indígena sólo quedó como la parte complementaria del resto.
Pero pese a todo. Hemos sobrevivido. Quizá en esta hora conoceremos si la sociedad hipermoderna que vivimos puede, con todos sus adelantos, librar una pandemia.
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