Primero, una disculpa por adelantado: Sorry man, las fiestas de disfraces nunca han sido lo mío.
Ahora bien. Salir a la calle, respirar un poco el aire semitransparente de este mediodía, caminar por una avenida que parece sacada de película hollywoodense (limpia, con autos silenciosos) y mirar las rayas de la banqueta.
Amo la vida que tengo. No es fácil y a veces uno puede cansarse de los obstáculos cotidianos. Pero, por momentos, cuando a alguien le solicitan la hora con educación, se da cuenta de que hay humanos después de todo. No demasiados, pero de que existen, existen.
Y uno puede leer con cierta tranquilidad en el Metrobús, y usar el tren para pensar en la cotidianidad de los otros; sencilla pero muy satisfactoria en las horas no laborales que no comparto.
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