A los estudiantes caídos
No quería escribir sobre temas de la triste realidad que nos ocupa, pero ya no puede eludirse este triste deber. Monterrey, una de las más importantes ciudades del país está enmedio de la guerra que al parecer la guerra toca las puertas de una ciudad otrora orgullosa de sí misma.
Es curioso como cambian las cosas: hará cosa de un año que estaba allí. Pasé un mes trabajando sin que nadie me dijera nada. Pese a las diferencias que para todo chilango representa habitar una ciudad que vive a caballo entre las montañas y el desierto, me pareció un lugar empeñoso y pese a todo, seguro.
Ahora, pareciera que leo crónicas de una ciudad enmedio de la guerra civil: bloqueos armados, balaceras que irrumpen la tranquilidad, granadazos repartidos en las esquinas de la ciudad.
Esta ciudad y el país entero paga (y pagamos) la cuota de sangre por los años felices de vivir de la mano de los criminales, aceptando su dinero, dándoles posada; ofreciéndole a nuestras hijas y hermanas como ofrenda a cambio de su oro y sus dólares.
Sin quererlo ni buscarlo, el día de la expiación llegó a nosotros repentinamente. Como un vendaval ahora la nación entera derrama su sangre y su felicidad, aterrorizados todos ante la llegada de los bárbaros, que ayer brindaban con nosotros usando las calaveras de sus enemigos y que hoy lo hacen con las testas de nuestros hijos, padres, hermanos y amigos.
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