Reescribo con la mirada menos perturbada por el horror esta frase (proveniente de las declaraciones de un testigo en la primera sesión del juicio por el asesinato), que dice más cosas de las que contiene.
Maté a Alí: Así, sin más que nada lo declara. No lo oculta; no le pone el velo de las excusas clásico en cualquier hecho delictivo en este país. La declaración del sujeto es palmaria, no tiene doblez alguno. No hay forma de darle la vuelta a este horror.
Ya les había dicho que algo así iba a pasar: Me pasma el significado de este dicho. ¿A quién se lo había dicho?, ¿cómo es que había advertido que iba a cometer este crimen y nadie se lo tomó en serio? Me sorprende aún más porque, hasta donde se ha llegado a saber, Alí y su asesino se movían en círculos comprometidos con causas como la igualdad de género. ¿Por qué nadie hizo algo al oir el anuncio de esta salvajada?
¿Por qué?
Claro, puede ser que estas palabras sólo fueran parte de su soliloquio tras llenarse las manos de sangre, la mente de adrenalina maligna y tratar de matarse. Y la verdad, quiero pensar que fue así.
Quiero pensar que en realidad este hecho se cocinó exclusivamente en la soledad de su cabeza alterada y que nadie supo de esto hasta la mañana funesta del delito.
Pero es entonces cuando recuerdo una entrevista de hace años con una psicóloga. El tema era el suicidio. Y ella me decía que, paradójicamente, los suicidas no suelen dejar el mundo así como un parpadeo.
Como si fueran un auto que se aproxima, nos hacen cambios de luces anunciando sus funestas intenciones. Escriben cartas, se refieren a lo que van a hacer, la muerte se torna tema de sus conversaciones y cual si fuera una espiral parabólica, todo comienza a girar en torno al asunto hasta que... ocurre lo que sucede.
Ojalá todo haya sido un delirio. Ojalá.
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