Friday, December 25, 2009

PARA DESPUÉS DE LA CENA (1)

Para Oja Mariko. Perdida y espero algún día encontrada de nuevo.

Como suele suceder, cuando las amarras del trabajo cotidiano dan paso a la reflexión sobre lo que el año representó.

Y no puedo obviarlo. El primer tema que sale a colación es el de Alí.

Este blog me ha dado la oportunidad de pensar y reflexionar en torno al impacto de la muerte de Alí en mi vida. Cómo un hecho que parece ya tan lejano y devorado por las arenas del tiempo su eco aún resuena en mi cabeza.

Quizá ahora pueda dedicarme a pensar en la influencia que la vida de Alí tiene para mí.

Pero no sin antes mirar, no sin un dejo de tristeza, que el proceso legal se hunde en el marasmo de los legajos y nuestro sistema judicial que todo lo resuelve a punta de plumazos de trazo bien lento. Una declaración sigue a otra; un peritaje sigue a otro. Pasos en círculos que no llegan a lado alguno que valga la pena. Pero así se administra la justicia en esta patria.

Regresando a mi soliloquio. Quizá el tema que más he olvidado, avasallado por las olas sucesivas de dolor ha sido el amor que por ella sentí.

Pero, ¿qué es el amor después de todo? No descubro cosa nueva con poner el sentimiento amoroso como lo han hecho otros: desde el mero plano de aliviar el impulso del deseo hasta quienes, con la complejidad de un Schopenhauer disectan la necesidad de estar con el otro o la otra... algo que se cuece muy aparte de los hervideros del sexo.

El amor que Alí me alimentó nació casi por accidente. Y quizá por ello se convirtió en algo tan potente. No me esperaba que una chica como ella despertara mis deseos más profundos de querer compartir con alguien algo.

Ese algo era mi vida propia.

No era cosa de llevarla a algún hotel de paso y "hacer la consabida cosa" (como diría Salvador Novo). Lo que nunca cesó de sorprenderme era mi deseo de estar con ella: cocinar con ella, barrer la casa a su lado, viajar con ella, mirar las películas que ella veía, caminar a su lado. Observarla simplemente.

Eran cosas diferentes.

La diferencia radicaba en el pasado; en mi tortuosa historia siguiendo mujeres imposibles y reventando cualquier cosa que tuviera un significado que no tuviera el hierro de mi ganadería.

El amor pues, sólo había sido una cosa muy inventada; figurada primero y luego planificada con cuasi paranoica alevosía. Con Alí, por el contrario, la cosa nació de la sorpresa y de cómo se pespuntó la factibilidad de transpasar los límites de la vengaza para construir algo.

¿Qué era ese algo? Sí. La posibilidad de construir una pareja.

Hay quien podría decir que era una mala elección. Una chica de libre pensamiento, de cultura intensa y de vida atribulada. Una combinación que no llegaría a lado alguno. Sólo sufrimiento y dolor porque, sólo sería la prolongación de la vieja obra de teatro: caballero salva a dama.

Más sufrimiento porque yo me haría cargo de la complejidad de una vida para intentarla llevar a un lado que no fuera el abismo de la destrucción. Se aventuran hipótesis: no ibas a poder. Ella te arrastraría consigo. No tienes las tablas para una labor de tal envergadura. Simplemente destruirías dos vidas en el remolino.

Pero aún así quería jugármela.

Eso es quizá lo que realmente es la nuez de la experiencia amorosa: el deseo de sublimarse en la otra, de atravesar el reflejo líquido en la identidad propia. El querer disolverse un poco para vertir el ser propio en las fronteras de alguien que lo mereciera.

Eso es quizá lo más importante y trascendental. Tocar (así haya sido por instantes que se disolvieron en la nada) la sensación mareante de querer estar con alguien más. Esa posibilidad (que se que en otras personas es factible) es quizá lo más importante del amor que nació entre ella y yo y que terminó en las arenas del olvido.

Se que una parte de mí dirá que eso fueron sólo sombras. Que es absurdo aferrarse a la posibilidad como de algo fácticamente real. Que es infantil apreciar lo que el amor pudo dar a partir de lo que no sucedió, de lo que no cristalizó.

Ante eso, sólo puedo decir que la posibilidad siempre será mejor que la nada. Que la sombra es mejor que la oscuridad que todo lo traga. Que fue mejor amarla y tenerla a mi lado por jornadas fugaces en lugar de nada.

Aún después. Cuando nuestros caminos se separaron, con la tristeza a cuestas. Seguí sintiendo que pese a todo, algo bueno salió de todo. Que incluso la posibilidad fue suficiente; aún cuando mi destino estuviese en otro lado, en otro nadir.

No es todo lo que hubiera querido. Pero una de las lecciones de la vida es que, en ocasiones, lo suficiente basta y sobra.

Y hoy me basta y sobra para recordarla con una sonrisa en mis ojos.

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