Finalmente, las cosas han llegado a un callejón, al parecer definitivo.
Con la ratificación de Jesús Ortega en el liderazgo del PRD por parte del Tribunal Federal Electoral, el sector de Andrés Manuel López Obrador (y de Alejandro Encinas, su candidato al mismo puesto) se encuentra entre dos decisiones extremadamente complicadas.
Por un lado, si los encinistas y pejistas se deciden a salir del PRD y lanzarse por la libre, se ha hablado de que podrían tomar rumbo hacia los partidos PT y Convergencia para, desde allí, preparar una nueva candidatura a la presidencia en 2012.
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas:
Las próximas elecciones no serán presidenciales: Considerando que hay varios centenares de puestos en disputa, si AMLO decide apoyar a los dos partidos del FAP, éste se verá en la titánica necesidad de llevar a estos dos partidos (que nunca han podido obtener por sí solos lo que les ha dado su alianza de más de una década con el PRD) a niveles que aseguren su supervivencia.
La convivencia incómoda entre el pejismo y otras expresiones de izquierda se vería rota definitivamente de salirse AMLO y su facción. El problema es que eso obligaria a una recomposición del mapa político en el Distrito Federal y el Estado de México (canteras tradicionales de votos para el partido negroamarillo), una recomposición que no sería ni amable ni incruenta. Probablemente veríamos una confrontación que en el mediano plazo podría representar un debilitamiento de la izquierda en general en esta región del país.
El movimiento de AMLO deberá en cualquier caso hacer validera su membresía de millones de adherentes para transformarlos en votos contantes y sonantes. Es un juego extremadamente riesgoso porque en tal caso, una sola persona tendrá que llevar sobre sus hombros el peso de dos partidos políticos. ¿Tendrá la capacidad de sostenerlos?
A mi muy particular punto de vista, me resulta extremadamente curioso el caso de este movimiento amlista que, en la persecusión de sus ideales, ha llegado al punto en que deben optar entre el desierto y la humillación, justo por los ideales, lo cual no es mala cosa, de no ser por eso que dicen que decía Mark Twain de que
"¿Morir por un ideal? Jamás. Podría estar equivocado".
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