En la sociedad mediática que vivimos, los políticos emplean buena parte del tiempo haciéndose visibles ante la opinión pública. En casi todas las democracias, un político de ciertos tamaños debe hacerse notar, cual pavorreal en el corral, haciendo todo tipo de declaraciones a los medios, en los que toma postura respecto de cualquier tema que se le presente: puede ser lo mismo el aumento de un bien o servicio, alguna iniciativa de ley, algún evento deportivo o la coyuntura artística del momento (entendido artístico como aquello convocado por la exhibición de la artista de moda).
El entendido de esta declaracionitis se encuentra en la relación simbólica entre el habla y la acción. Es decir, si un político habla, se entiende que está trabajando, o que al menos está pensando en el mundo que le rodea. Esto, que puede ser una obviedad, se convierte en un acto de necesidad, considerando que la única forma en la que un votante mexicano puede percatarse de la actividad del cuerpo político, es a través de su exposición a los medios de comunicación.
Esta fue la necesidad la que llevó al diputado panista Raúl Padilla Orozco a decir hace un par de día algunas barbaridades relacionadas con la calidad académica de la UNAM al calor de una conferencia de prensa de esas llamadas “banqueteras” y que ocurren cuando a un personaje político involucrado en alguna coyuntura (en este caso un posible recorte presupuestal a las universidades públicas) se le avientan los reporteros y lanzan preguntas como quien echa arroz en una boda, en las esperanza oculta de que el interpelado de la “nota” por buenas razones (alguna respuesta que revele información inédita) o por malas (que desbarre y diga una pendejada).
El segundo fue el caso del diputado Padilla.
Y así, en la extensión de algunas palabras, los panistas se echaron encima no sólo a la UNAM, sino a todas las universidades púbicas, con todos los intelectuales que las habitan (material o simbólicamente), lo cual representa un enemigo formidable porque la izquierda tiene hábitat grato, refugio en malos tiempos e invernadero de futuros cuadros en las aulas universitarias. Y como un solo hombre, intelectuales, científicos y burócratas universitarios se alzaron en diversos tonos de colorado contra el panista (por decir la jumentez de que en la UNAM los alumnos pasaban con 5 de calificación) y al gobierno que les recorta el presupuesto por oscurantista y retrógrado. ¿Resultado? El jumento de marras, la secretaria de Educación y hasta el mismo Presidente han tenido que pedir disculpas a los cuatro vientos, echar atrás los recortes y jurar que no tienen la malvada intención de cortar el oxígeno a las universidades públicas.
Sin embargo, no por requemado, el tema no deja de tener un filo relevante. Ya desde la conformación del gabinete aparecieron voces escandalizadas de que los egresados de la UNAM no hubieran tenido cabida en el gabinete, privilegiando a los exalumnos de escuelas como el ITAM y la Universidad Iberoamericana. Esto me parece una tontería ya que, además de que el presidente en turno tiene el derecho de colocar en las secretarías a la gente que mejor le llene la pupila, es inverosímil señalar que un gabinete salpimentado de unamitas es mejor o más patriótico. Cabe señalar, a guisa de ejemplo, que algunos de los demonios más acreditados entre la izquierda como Raúl y Carlos Salinas de Gortari, egresaron de la UNAM, sin que esto represente desdoro de la institución que les otorgó educación. Lo mismo se puede decir de alimañas como Luis Echevería o José López Portillo.
Además, este escándalo ha dejado al descubierto un asunto inquietante: la UNAM se ha vuelto un ente intocable e inatacable. Las críticas a la institución universitaria se ven con muy malos ojos y es fuerza que comiencen las pedradas que señalan a los criticones como hijos de Slim (otro egresado de la UNAM) que buscan la destrucción de la universidad, su chatarrización y venta al mejor postor, que en las mentes de estos paladines de la justicia educativa, es algún instituto patrulla a lo bestia. Yo pondero y aprecio a la UNAM como cuna de preclaros talentos y de grandes cerebros, pero como obligado solidario e involuntario de la universidad (a través de los impuestos que pago a la de a fuerza) también exijo que el dinero esté bien pagado y no me parece que las aulas que albergaron a grandes académicos y premios Nobel, le den cobijo a tropas de burócratas universitarios que devengan sueldos sin que sepamos si lo que hacen es eficiente. Y que conste que esta queja la hizo Jorge Ibargüengoitia (egresado de la UNAM) hace ya tres décadas y Guillermo Sheridan en la década pasada.
Y una de arena para mi alma mater: Dr. Rafael Rangel, ¿por qué el Tec de Monterrey no aparece en el ranking de las 200 mejores universidades del The Times Higher Education Supplement?, ¿qué se va a hacer para que el Tec aparezca allí?, ¿en qué plazo podremos ver su debut en esta lista?
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