Una vez más, la vida me da la oportunidad de escribir desde la dorada incomodidad de un avión que vuela hacia el norte del planeta. Me dirijo hacia una ciudad llamada Newport, donde se supone ha sido históricamente lugar de descanso de los ricos y poderosos de este país como los Kennedy, así como celebridades recién llegadas a la palestra de la fama como Martha Stewart.
Aprovecho el espacio para desmentir que los pensamientos suicidas tengan que ver con algún gusto repentino por colgar los tenis, para nada. Lo que sí debo admitir es que me sorprende la capacidad del cerebro para contarse historias a sí mismo. Pienso que algo dentro de mi cerebro ocurrió que ahora tengo el poder de recordar mis sueños, espero no sea el preludio de algo calamitoso.
Y mientras escribo, a mi lado se encuentra sentado un soldado en uniforme de combate. No me he puesto a platicar con él y tampoco se ve muy necesitado de que hablen con él. Sin embargo, viendo como mira a través de la ventanilla del avión pienso un poco en lo extraño que es estar en esta tierra mientras que del otro lado del planeta, hombres y mujeres de este país mueren y caen heridos en la defensa de algo que ya nadie recuerda con claridad.
Sobre todo es extraño porque además de los soldados y de algún ocasional listón amarillo en los coches (y que representa la solidaridad con las tropas) en realidad parece que la guerra le fuera ajena al país, más ocupado en gozar este verano calentado por efecto del comsumismo de sus propios automóviles. No es de extrañar, de acuerdo con un extraño censo leído, debido a que el ejército ahora se compone de voluntarios y que apenas un fragmento de la población tiene contacto directo con los horrores de la guerra es que al parecer y en una suerte de efecto psicológico en masa, han decidido disociarse de la guerra y vivirla como una suerte de cuento que ocurre en un reino muy muy lejano.
A mi juicio esto tendrá dos consecuencias visibles: primero que así las cosas, poca gente se opondrá a la guerra por lo que aún cuando la carnicería se vuelva más sangrienta, en realidad al grueso de la población el asunto le parecerá meramente anecdótico.
Y otra consecuencia. Aún cuando los soldados en esta guerra han recibido un mejor tratamiento que sus antecesores de la Vietnam, ciertamente sobre ellos cae una suerte de piadoso silencio y un olvido políticamente correcto que permitirá mantener el Apocalipsis lejos de casa pero cerca del televisor.
BUSINESS AS USUAL
Escribo ests post desde las cercanías de un muelle en Newport, Rhode Island. Un lugar en el que no pensé detenerme mucho, pero que muestra en buena parte lo que son los Estados Unidos. Interesante estar escribiendo desde este lugar de clima nublado y medio frío, pero con un gran ánimo sabatino. Este es un pueblito extremadamente pintoresco, que parece haber sido creado por las mentes maestras de Hollywood para disponer de locaciones todo el año.
El lugar es agradable, la gente amable (al menos hasta ahorita), pero no deja de sorprenderme un poco cómo es que la gente vive su vida sin enterarse del drama de la guerra que supuestamente esta nación ha entablado en Iraq. Si uno prende la televisión, las noticias giran alrededor del escándalo que Paris Hilton protagoniza y que bien podría ser una de esas historias mexicanas de sistemas judiciales perplejos ante su propia perplejidad.
Sin embargo, eso me parece un síntoma nefasto de la vida americana. En esta parte del mundo la gente parece muy relajada y feliz, al parecer nadie tiene idea de la guerra. Leyendo un artículo en Foreign Policy del mes pasado, se explica el asunto a través de un detalle muy puntual de sus fuerzas armadas: sólo una fracción de la población tiene contacto directo con las realidades de la guerra. Debido a que el ejército de este país se encuentra formado por voluntarios, al parecer nadie se siente culpable de la guerra, labo e sibilino argumento de que “ellos eligieron estar allí”.
Con un precedente de esta índole, veo muy difícil que la cosa cambie mucho y que la población de este país llegue a oponerse a la guerra de forma activa: no es lo mismo una desaprobación silenciosa que una ruidosa protesta como la que ocurrió en la década de 1960 y que concluyó con la retirada americana del país.
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