Desde nuestra trinchera mexicana, se suele pensar que Sudamérica es una vasta área de la que destacan pequeños trazos de identidad propia como el soccer brasileño, las misses venezolanas, las mujeronas argentinas, el café (y la violencia colombiana), el festival de Viña del Mar... y poco más.
Sin embargo, gracias a los viajes uno se entera de cosas más profundas de la realidad que viven allá abajo. Por principio de cuentas me entero que Chile y Argentina estuvieron a punto de estar en guerra a fines de la década de 1970 debido a la posesión de algunos glaciares. Me entero que Brasil, Argentina y Chile no están muy de buenas con el boliviano Evo Morales debido a que sus nacionalizaciones han desestabilizado la relación energética que sostenían con Bolivia debido a que este es un gran proveedor de gas.
También me entero que los brasileños están desilusionados con Lula da Silva, quien a la hora de la hora no les proporcionó el paraíso de los trabajadores prometidos... aunque irónicamente le abrió la puerta a una tormenta de corrupción presidencial que incluso para los estándares mexicanos es sorprendente.
Me entero que los jóvenes conscriptos venezolanos están muy felices con Hugo Chávez, aunque no han entregado su alma al protodictador. Sé ahora que los chilenos también se han desilusionado con Michelle Bachelet más que nada por su incapacidad de lidiar con el sistema de transporte metropolitano Transantiago en la capital del país... que es responsabilidad directa de la presidencia del país, para los que se quejan del centralismo mexicano.
Y por supuesto, veo que las colegas brasileñas son la mar de guapas... aunque menos expansivas o guapachosas de lo que uno supondría de la nación cuya fiesta más conocida es el carnaval.
Cosas que uno aprende.
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