No hay mayor placer que estar en el cerro de mi casa, escribiendo en la tranquilidad de que las palabras (no es lo mismo que las letras) fluyen al igual que el aire tibio entra por la ventana. Quizá esta es una de las razones por las que no he abandonado mi independencia para meterme a una oficina.
Estos placeres son lo único que se recuerda en la orilla del precipicio.
Y así quiero que siga siendo.
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