Regresando a las normalidades de la existencia, a estas horas me imagino que algunos de mis amigos se encuentran festejando y emborrachándose lúdicamente en el regreso de los tiempos perdidos. Así debería suceder siempre, pero definitivamente ya nuestros hígados, nuestros tobillos y nuestras neuronas ya no son las mismas. Pero de cualquier modo, desde aquí, les deseo lo mejor.
Pero pasando a cosas más agradables.
Me agradaron los souvenirs que me traje de Alemania, un libro impresionante de Haruki Murakami que estaba buscando por varios países y sobre todo... ¡un paquete de libretas Moleskine!, inconseguibles en México desde que al Fondo de Cultura Económica se le acabaron las que seguramente traía en el único contenedor que se le ocurrió comprar a finales del año pasado. Y no me pueden acusar de malinchista. Yo las busqué por cielo mar y tierra para no encontrarlas con un carajo en este cielo chilango.
Yo creo que si algo salvará a la literatura y al cine en el mundo por venir será, ni más ni menos que la intervención de Asia. Cuando las artes norteamericanas desfallecen agónicas tras una mar de remordimientos, miedos y presiones políticas, Asia tiene las pelotas suficientes para hacer películas brutales como Death or Alive, Oldboy; escribir novelas angulares como Goodbye Tsugumi o Norwegian Woods; todo con una humildad que se ve ausente en las pretenciosas obras occidentales que he leído últimamente. Es una desgracia que me haya tenido que refugiar en las obras del pasado, en diarios como los de Tolstoi, o el de Borges mantenido por Bioy Cazares.
Sólo Kurt Vonnegut se salva de la vorágine gracias a Matadero Cinco y Cat's Craddle.
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