A Pas, que no le gusta el inglés... pero sigue siendo mi mejor amigo
Hubo un concepto que, cuando estudiaba la carrera me tomó por sorpresa y se convirtió en una de las ideas más influyentes para mi loca cabecita. Tomado de un libro de Esa Saarinen y Mark C. Taylor, el concepto de simcult no pudo acomodarse mejor en el tiempo que vivimos.
¿Qué es el simcult? Básicamente la realización de un viejo anhelo social, la creación de una sociedad mediada, donde el trato de las personas con la realidad se realice por medio de cristales que no sólo filtren la realidad, sino que generen un espacio de posibilidades infinitas, potenciado por la capacidad tecnológica de moldear lo que se denomina, en inglés, persona (la imagen del ser ontológico, diría algún filósofo).
Así, en más de una década navegando estos mares de Internet y conociendo su evolución me encuentro una y otra vez con esta capacidad (a la que se le otorga una atención marginal), la capacidad de convertir la identidad en algo fragmentario, en algo que se puede moldear coyunturalmente, en un baile de máscaras que no tiene principio ni fin.
Hasta hace un par de décadas, el simcult sólo era posible a través de hipótesis. Hoy es una realidad, incluso para quien con toda la fidelidad del mundo decida colocar su perfil más verídico en cualquier sitio de red social. El simcult ha hecho de la hipocresía un mero accesorio anímico y de las posibilidades multiformes de la fragmentación de la personalidad en un mundo que lo acepta y que, secretamente, lo disfruta.
¿Quién soy yo? Bajo el simcult soy quien quiera ser. Un periodista en la Ciudad de México, un ingeniero desde Union Square en San Francisco, quizá un bailarín posando en las escalinatas del Reichstag berlinés. O quizá, he sido todo eso para una personalidad que no existe más que como un proxy de red.
Simcult le trajo a la vida de muchos seres la redención requerida y deseada. Simcult abre los caminos para la disgregación de la identidad en una unidad, dolorosamente unida dentro de las fronteras de la piel. Ahora somos más libres que nunca, somos mutantes de bits y bytes. Y lo mejor de todo es que, poco a poco, esta multiformidad comienza a permear el mundo de la red. Lo veo en pequeñas rebanadas, como anticuerpos reaccionando frente al alergeno de la fijación jurídica cada vez más apremiante de la realidad.
¿Quién soy? En el simcult soy cuantos quiero ser. Cada persona que conoce a otra lo hace con la mediación de la tecnología, que da imágenes contradictorias. Cada persona que conoce a otra bordea los límites de lo que desea mostrar. Cada persona es, para su fortuna trazadora de su propia silueta.
En el simcult podemos caminar entre letras, cruzar la puerta, preparar un te y comenzar el trazadero de figuras; tomar un clarinete y convertir acordes en aullidos; marcar con el cincel el bloque de granito de nuestra casa.
Con el simcult, ahora somos más poderosos que nunca, porque, como lo prevía George Orwell, "dentro de tí nunca podrán entrar". Yo agregaría, humildemente, "afuera de tí, jamás podrán acertar". Alabo estos tiempos modernos, que permitan más fragmentaciones, más placeres inconectables.
Viva el simcult.
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