Como suele suceder en estas cosas, poco es lo que pueden mirar, más allá del mar de bits con el que creen ser sin tocar.
No los culpo. En una época yo mismo creí en ese evangelio de la redeción binaria y a ello me entregué. Sería un hipócrita si dijera que nunca pasó por mi mente la tentación de abrir las puertas y vaciarme a punta de tecladazos.
Pero los resultados suelen ser agridulces. Si uno odia la soledad, termina siendo el mismo solitario, sólo que iluminado a ratos por la compañía de reflehos y espejos. Por eso cuando leí en Jorge Luis Borges sobre el odio a los espejos, me di cuenta de que siempre, siempre, había tenido la verdad, aún antes de que esta cobrara forma.
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