Y primero, un error propio. Un lector me hace el acertado comentario de señalar que el último partido jugado por Salvador Carmona fue contra los tuzos del Pachuca y no contra los Tigres de la UANL, como erróneamente lo había señalado. Totalmente cierto y asumo el enorme error.
Nadie es culpable. Quizá la arista más mexicana de este asunto es que nadie asume la responsabilidad de lo ocurrido. En las notas que el periódico trae hoy vienen algunas declaraciones pasadas de Carmona, quien arguía en su defensa que el no era culpable debido a que el esteroide en cuestión le había sido administrado por un entrenador del gimnasio y que él, inocente y obedientemente lo había tomado. Obviamente el instructor de marras ya certificó su inocencia ante las autoridades deportivas, pero lo interesante aquí es que, una vez más ni el equipo Cruz Azul ni la FMF han asumido responsabilidad alguno y al mejor estilo nacional han eludido siquiera tocar el tema a fondo.
La insistencia por debajo del agua. Mientras el asunto explotaba en manos de los ejecutivos del deporte, representantes de TV Azteca visitaron a toda velocidad la sede de la FMF. Las malas lenguas dicen que lo hicieron con la consigna de "ver si" era posible seguir adelante con el partido. Esta actitud sería impensable en un país desarrollado donde los involucrados ni siquiera se hubieran detenido a pensar en la posibilidad de hacer algo para torear algo así. Pero si en México una infracción de tránsito puede resolverse con una mordida, ¿por qué no podría hacerse algo para salvar un negocio que se llevará aproximadamente 4 millones de dólares para un sólo domingo?
Hace algunos meses, una de las revistas para la que colaboro hacía una disección del negocio nacional del soccer desde el punto de vista del negocio y lo que se encontraron allí fue una cloaca: un submundo de representantes, colusiones y el neutering (por no decir castramiento) sistemático de los organismos encargados de regular el soccer: desde la FMF (formada ni más ni menos que por lor propietarios de los equipos) hasta las comisiones disciplinarias y arbitrales que viven a la sombra y bajo la espada de los caciques del balón.
No seré yo quien quiera pasar a la ola de denostadores del soccer, sin ser yo siquiera conocedor o fan del deporte, pero lo cierto es que, al menos la globalización ha demostrado que las trácalas nacionales no son infinitas y que las jurisdicciones internacionales tienen cada vez mayor influencia en asuntos considerados anteriormente de índole nacional y al menos en esta ocasión se mostraron suficientes como para detener un acto ilegal.
Yo por eso digo, ¡viva la globalización!
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