Escribo este post desde el lobby de un hotel acá en Denver. Aprovechando una breve pausa que me he dado entre sesiones de prensa, keynotes y conferencias, es que me encuentro pensando en una chava con la que salía hace tiempo. Era una chava muy linda y me llevaba muy bien con ella, pero le encantaba viajar.
Eso era un problema para mí porque yo, rata de ciudad, jamás se me había ocurrido la idea de salir de mi ciudad para conocer tierras extrañas. Sin embargo ella era fan del viaje en mochilazo y yo jamás mostré entusiasmo alguno por este tipo de actividades. Ella solía irse de vacaciones con su banda de compas a playas desconocidas, cerros inhóspitos y ciudades en lenguas extrajeras, de las que me hallaba por completo ajeno e indiferente.
Ironía de la vida, que quiso el destino que terminara viajando, no de mochilazo sino de portafoliazo, cargando conmigo la envoltura de la computadora con su computadora y tecleando lo mismo en apretadas mesitas de avión que en sillones de lobby como éste donde me encuentro y en sillas incómodas en habitaciones hoteleras.
Ella no sé donde se encuentre, no tengo ni la menor idea de cómo es que su vida estará moviédose pero pienso que, sin yo quererlo, he terminado más viajero que lo que ella pudo imaginar. Eso sí, el único privilegio del que puedo presumir es… poder viajar más barato de lo que a ella le cuesta porque yo viajo de a grapa, aunque cotidianamente termine como hoy, rendido de cansancio en un hotel en medio de la parte superior de América.
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