Una vez salí con María Z.
Oh sí, era una chava bonita, quizá del top 10 no sólo de la carrera sino de toda la universidad. Ojos color miel claro, tez blanca y piel como de muñeca; cabello oscuro pero rizado y todo en un paquete chaparrito y adorable. Obvio, hija de una familia de inmigrantes italianos.
No era de extrañar que todos los comunicólogos la miráramos como un objeto de admiración sin la más mínima esperanza de hacer algo más con ella. Obviamente los ingenieros, con más recursos económicos no se hacían los tímidos para acercarse a ella, para invitarla a salir y a llevarla a donde ella lo quisiera. Y un servidor, como muchos otros, sólo miraba detrás de la barrera.
Sin embargo, una serie de coincidencias, un poco de insistencia de mi parte y muchísima suerte hicieron que un buen día de otoño como estos (cielo claro y caluroso) ella aceptara ir conmigo a conocido centro comercial del norte de la ciudad para platicar y pasar el rato. Cero maldad.
Y sí, lo hice. Fue una cosa increíble no sólo porque lo huniera logrado sino porque lo hice en la etapa más indigente de mi vida. Era la época en la que remendaba mis propios pantalones porque con eso pensaba rechazar el capitalismo rampante del instituto donde cursaba mis estudios superiores.
La cosa es que nos vimos en un conocido centro comercial del norte de la ciudad. Yo pensaba invitarla al cine o un café (como lo dije, eran tiempos de cero maldad), pero ella quiso que la llevara... ¡al bingo!
En mi vida me había parado en un centro recreativo de esta naturaleza, por lo que me metí con mucha reluctancia al establecimiento, La cosa se puso peor cuando su mamá llegó. Afortunadamente sólo le tuve que disparar un par de manos a ella, al parecer su mamá tenía más experiencia en el asunto y casi de inmediato se prendió. Como una hora después de iniciada la cosa, yo ya estaba hasta el gorro y pretextando cualquier cosa, le dije que me retiraba.
Sorprendentemente, ella me comentó que me llevaba a mi casa. Dejando a su madre jugando bingo, me llevó a mi casa. No pasó nada. Solo amena charla y aunque quedamos de volver a salir, la ocasión nunca se repitió.
Y sin embargo, puedo decir con orgullo, que una vez salí con María Z.
EPILOGO
La siguiente vez que la volví a ver ocurrió hace yo estaba a bordo de un microbús sobre una avenida, avanzando lento, cuando el auto de al lado bajó la ventanilla. Era María, quizá regresando a su trabajo. Quise decirle algo, una seña pero el tráfico avanzó y la perdí de vista.
Sigue perdida de vista.
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