El recuerdo de una imagen que jamás se materializó. Una persona que en una época representó muchas cosas para mi vida y quizá el más perfecto ejemplo de desastre que puede armar alguien que desea cosas que no puede alcanzar de la vida.
Y vaya que era hermosa, de esas bellezas del norte que uno no puede dejar de mirar sin sorprenderse. Cabello negro, ojos azules. Quizá por eso mismo fue un desastre de principio a fin. Una serie de lecciones llegaron en sucesión continua tras ese período de mi vida. Pero comprendido todo como lo que dice Charles Bukowski, la sabiduría llega en un momento infernal.
Y todo fue infernal allí:
Confusión tras confusión. Confusión mental y confusión emocional, indecisión en horas que debían ser cruciales. Incapacidad para existir de otra manera que no fuese a la sombra de mi propio miedo.
Viajes desastrosos por el país, persecusiones en lugares que no existieron hasta que mis ojos los miraron. Un invierno de la chingada en una coordillera lejana de todo y de todos en la frontera interior del país. Días de leer a Gabriel García Márquez en la mitad de la nada con un viento huracanado de frente.
Fue un desastre, porque además de las bajas emocionales, acabó por destruir cosas que tenía bien construidas. Fueron años extraños y a la postre terminé deshecho y reconstruido pero ya bajo otras fuerzas nuevas, bajo miradas distintas y sobre todo, con la consigna de destruir lo que se me pusiera enfrente antes de tocarlo siquiera.
Era ya otra cosa, era ya otra vida. Era ya otra vida, era ya otro yo.
Ahora estoy hecho con otra madera, con otras intenciones, y sobre todo, con otras armas en la mano y una mira telescópica para mirar desde lejos antes de que alguien se acerquen.
Todo un francotirador. Que nadie se acerque.
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