Aprovechando algún microorganismo oportunista que se ha dado la gracia de cerrar mi garganta, es que me encuentro en la coyuntura de escribir tranquilamente sobre un episodio de mi vida que se remonta a mi cuasi adolescencia.
No se si ya escribí de esto, pero hace algunas semanas me tocó entrevistar a un chavo que había estudiado la preparatoria en el mismo lugar que yo y que había cursado los estudios superiores en el mismo lugar que yo. Eso me llamó muchísimo la atención porque en los años que tengo trabajando en esto jamás me había tocado entrevistar alguien de mi pasado lejano.
El caso es que, de la plática salió que estaba casado y vivía con la chava de la que se había hecho novio en la preparatoria. Eso me remontó a tiempos en los que era un adolescente sin gracia pero con muchas ganas de enamorarse. Y así sucedió, aunque las cosas nunca fueron como yo lo pensaba y la chica de la que me enamoré me rechazó, no diré que marcando mi vida para siempre, pero si alterando la ecuación de mi vida de tal forma que ahora me dedico a algo para lo que en ese entonces consideraba inimaginable.
En fin. La plática con este chavo me dejó pensando que de no haber variado mi vida adolescente de una manera tan sutil en la preparatoria, ahora me encontraría casado, quizá dedicándome a la ingeniería y casado tranquilamente con la primera o segunda novia de mi vida.
No se si tendría una mejor vida con ello, pero definitivamente sería diferente. Quizá dedicaría estos días a cuidar a mi primer hijo, a pintar paredes de algún pequeño departamento, a comprender el procedimiento de cambio de pañales o alguna otra cosa. Y quizá antes de conciliar el sueño, luego de darle su biberón al bebé soñaría con una realidad alterna donde sería escritor o una cosa semejante, donde viajaría por el mundo y donde tendría una vida soñada por la que habría tenido que pagar el precio de la soledad. Tal como en La noche boca arriba (cuento de Julio Cortázar) la realidad alterna aparecería con toda su solidez entre los sueños de un hombre de casa, casado y sin más aspiraciones públicas que darle una buena escuela a su hijo y sin más aspiraciones privadas que alterar el orden de la vida y el sueño para estar del otro lado del espejo.
El lado del espejo que yo habito.
1 comment:
ah... El lado del espejo que yo habito.
Supongo que a veces somos habitados, somos el espejo, quien diera por poder permanecer en uno sólo de los lados del espejo. Pero no, el reflejo, a veces sombra, a veces fantasma, nos juega el "espejismo" de perdernos en la imagen, del otro, de uno mismo, de...
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