Estaba por carcajearme de las barbaridades que informa al público, de los infames chismes de actricillas de segunda, de sus desesperados intentos de amarrar navajas para justificar las idioteces de su jefe y me imagino, conductor principal.
Pero recordé unas páginas de un libro de Douglas Coupland que muy lentamente estoy leyendo. Recordé que los sueños de los demás no necesariamente tienen que ser como los sueños propios. Recordé que aquella chava nunca fue una luminaria en las aulas y aunque era bonita, pues nunca dejó huella en las memorias calenturientas de mi generación por sosa.
Recordé que ella sí hizo la lucha por entrar a la nota dura, pero pues nomás no le salió. Después tuvo que hacerle la lucha en la fuente de espectáculos donde al parecer encontró la fortuna y una fuente de trabajo. Muy respetable aunque no me agrade.
Me quedé pensando que una época yo escribí en una revista local. Sin embargo jamás pude acomodarme al estilo de trabajo ni mucho menos a las pretensiones de escribir como un habitante de los barrios más chic de la ciudad. Aunque no vivo en la marginalidad, el cerro que habito definitivamente no alberga artistas en decadencia hacia la cumbre o personajes atribulados por famas repentinas antes de los 23 años. Así, fue que con el dolor de mi corazón tuve que dedicarme a otras cosas, a reportear fuentes a lo mejor no tan rumbosas pero vaya que son fuente de pan a la mesa.
Así que, creo que mi excompañera hizo lo correcto. Yo sólo se que no es buena cosa escuchar adagios después de las 12 de la noche.
No comments:
Post a Comment