Ha pasado ya más de un tercio de mi vida (para ser precisos el 44% de mi vida) de acuerdo con datos del INEGI.
Y nadie ha aparecido realmente en ella.
No quisiera ponerme en el juagabrielismo de decir "yo no nací para amar" pero, es evidente que el tiempo no deja de avanzar. Me vuelvo más individualista, menos dispuesto a compartir. Lo que recién sucedido lo puso en evidencia: perro viejo no aprende trucos nuevos.
Sería un imbécil si dijera que no me importa que siga en mi cerro pelado de vientos helados. Sin embargo, comienzo a pensar que es posible que, quizá el resto de mi vida la transcurra así como ha sido ahora, poblándome de piezas sueltas de rompecabezas que se lleva el viento.
Al fin y al cabo, uno de los mantras de mi existencia personal es que no existe garantía de nada. Nadie garantiza ni la felicidad ni la infelicidad. Nadie garantiza que sea yo rico o pobre. ¿Por qué tendría yo que tener garantizada la coexistencia en pareja?
Yo sé que aún me encuentro influido por las vibras de estas intensas semanas. Sin embargo, a largo plazo la pregunta subyace. 44% de mi vida.
Es mejor prepararse para un muy largo invierno.
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