Dicen que, ante la muerte, hay poco que decir. Pero quizá, en la ventana que ha abierto el sordo dolor de lo sucedido, es que a medida que el duelo se convierta en meditación, podré hallar el camino que me lleve a la luz de la serenidad, y si tal cosa existe, a liberar de mi peso su alma, para que pueda volar como siempre lo quiso.
Quizá sera una relatoría comentada lo mejor...
Cuando comencé a salir con Alí, hace más de media década, no me imaginaba el resultado que tendría mi relación con ella. Siendo honestos, sólo me interesaba llenarme el ego al salir con una chica mucho menor que yo (le llevaba 9 años), una chica particularmente hermosa, una chica que tenía ideas interesantes en la cabeza, y quizá como no lo pude ver, con una vida muy atribulada.
Sin embargo, eso no me llamaba la atención. En ese momento tenía atravesada una relación que derivaba entre el romance y la simple amistad con una chica que había conocido en mis años de preparatoriano. Por increíble que parezca, ya había pasado más de una década y no podía sacarla de mi vida y me hallaba, como persona, oscilando entre la desilusión y el ánimo de conocer, de una vez por todas, lo que era el amor verdadero.
Y digo que no lo conocía el amor verdadero ni el de cualquier tipo porque, desde mi adolescencia había pasado por una vida amorosa muy desafortunada. A lo largo de los años se sucedieron los fracasos y los rechazos. Pasados los 25 años con estos precedentes, claro que estuve dispuesto a pasar por encima de los problemas para caer en la contemplación de una chica esbelta que aún tenía bracketts en los dientes y a quien le podía enseñar a usar los palitos para comer sushi.
Admito que me la pasé muy bien con ella. Mirando películas, caminando por la ciudad, admirando su plática madura para su edad y aprendiendo lo que le gustaba y disgustaba. Entretanto, el viejo amor de la adolescencia terminó por caerse de la rama (y no de mi gana sino porque la mujer en cuestión terminó casándose) y me dí cuenta de que ella existía y estaba cómoda a mi lado.
Sin embargo, un error me llevó a otro. Nunca indagué su vida personal. Recién escaldado por la experiencia recién vivida, decidí poner un velo de silencio sobre las personas que albergaba su corazón, sobre sus años antes de conocernos y sobre todo, sobre cómo había sido criada. Sólo me interesaba lo que pasaba con ella en las horas deleitosas que me regalaba.
Y así, claro que me enamoré de Alí. Aún pasa por mi mente la imagen aquella: una tarde invernal cuando, caminando por un vacío Bosque de Chapultepec me atrasé para tomarle una foto. La cálida luz que se filtraba en el atardecer y su sonrisa me cautivaron. Fue una llamada de atención, había encontrado la mujer que buscaba.
Pero, en esa falla iba otro error. La Alí con la que me pasaba las mañanas de cine y las tardes de fin de semana no era la Alí real, era la Alí que imaginaba que era. No era una mujer real, era la imagen que yo quería que ella fuera.
Eso determinaría el futuro de la situación....
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