Saturday, October 10, 2009

A MANERA DE PAUSA


Estoy orgulloso por tus compañeras. Su valor para gritar enmedio del Zócalo tu nombre. Por su ánimo para desafiar el sol de este anómalo otoño. Por su labor de amor para decirle a quien pudiera escucharlo, que esto que te pasó no debe suceder de nuevo.

Quisiera creer que con eso basta. Quisiera pensar que con que el responsable de tu muerte reciba el castigo correspondiente la violencia cesará. Pero en el fondo se que eso no pasará. No soy un pesimista, pero lo mismo lo decía aquella vez que fuimos a ver el documental Bajo Juárez.

Recuerdo que ante un plato de ensalada (y tu clásico berrinche por la pasta ala arabiata) platicábamos de la película. Recuerdo cómo te conmovió hasta las lágrimas la hora y media de cine que vimos.

A mi no me gustó mucho el documental. Entremeter en la trama que los oligarcas de la ciudad eran los responsables de los asesinatos, recurriendo a elementos emocionales de la escuela de Michael Moore y Morgan Spurlock me pareció injusto. No porque pensara que que son inocentes palomitas, sino porque, como la realidad me lo habría de enseñar tiempo después, los asesinos de mujeres no son las bestias negras salidas de las alcantarillas o de las salas sadomasoquistas de exóticos y acaudalados criminales.

No.

La realidad, en una dolorosísima lección, mostró lo que todo tipo de científicos sociales abocados al tema saben de sobra. Los agresores vivien en el cuarto de al lado, son el padre, el tío, el primo, la pareja.

No son seres anónimos que aparecen de la nada en esquinas oscuras (aunque no faltan los de esa calaña), son gente que conoce a sua víctimas, desayuna y cena con ellas. Conoce sus debilidades y sus momentos oscuros. Son casi el enemigo perfecto porque, por amor o por destino son los guardianes de sus corazones, de sus secretos y de su felicidad.

Y por eso el daño que les causan es casi infinito.

No me tocará preguntar los porqués del caso criminal de Alí (como una de las personas que la amó), no me gustaría averiguar muchos cómos y por qués que no le pregunté... fueron umbrales que jamás quise atravesar. Supuse que el tiempo y la distancia me los aclararían, pero ahora resulta que esos secretos delicadamente envueltos terminarán expuestos en un vulgar legajo judicial.

Pero si así es como la justicia debe hacerse....

Sólo podría agregar que, a medida que te conviertes en un símbolo, mi alma descansa. Porque veo que poco a poco podrás sostenerte en la mente de personas que te conocieron o no, pero que ahora saben que tu vida se perdió por un acto reprobable, deleznable y que un hombre, que tenga los testículos para admitir que lo es, nunca, pero nunca debe poner la violencia sobre la mesa.

Y ojalá que ese sea el legado trascendente de esta tragedia en la que sin querer he terminado de narrador sin lugar en el libro.

Ojalá.

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