Quizá no congeniaría demasiado con tus coequiperas (tu sabes que los ismos me dan comezón), pero admiro de verdad su valor y su capacidad para embarcarse en la lucha por tu nombre y tu honra. Por ello, y a quien le interese, siempre podrá ver lo que se hace por ella en esta liga.
Regresamos a la relatoría.
Cuando se fue. Cuando supe que había tomado el vuelo hacia Panamá, pude finalmente respirar tranquilo. ¿Por qué? Porque sabía que estaba dejando una existencia complicada, problemática y se daba la oportunidad de comenzar de nuevo.
Que si la quería. No tenía duda de ello. Ahora que reviso mis archivos encuentro copias digitales de las cartas que le escribí, de los textos que le dediqué, de los pensamientos que en ella me inspiré, fuese en la Av. Juscelino Kubitschek de Sao Paulo que en la Union Square de San Francisco o en el barrio El Cartucho de Bogotá o el más local portal de la iglesia de la Santa Veracruz una tarde de chubasco.
Alí era parte de mi equipaje. Viajaba conmigo. Sin embargo, no podía ofrecerle mucho más que las palomitas y las caminatas por la ciudad. No tenía dinero. Como dice el maestro Kapuscinski, en un principio el oficio del periodismo es muy ingrato, paga poco y jode muchísimo.
No podía comprarme nada de demasiado valor. Mi computadora se deshacía de vieja y ni siquiera podía comprarme una ropa decente. Sí, se que a ella nada de esto le importaba. Pero a decir verdad, con ella tenía planes grandes.
Sí, pensaba en irme a vivir con ella, en proponerle rentar un departamento donde pudiera exorcizar sus demonios y pudiera estar conmigo. Por el rumbo de San Pedro de los Pinos. De cuando en cuando las fantasías llegaban a mi sueño nocturno. Sueños de fuga dirían algunos. Anhelos de cotidianeidad dirían otros. Simplemente era mi deseo de que ella pudiera compartir cosas conmigo.
Más aún. Una ocasión que fuimos a un concierto de Goran Bregovic, mientras ella brincaba el tema de Underground es que me me la imaginé perfecta. Vestida de blanco, con una tiara de flores bailando el wedding cocek.
Estaba dispuesto a brincar las barreras de mi cultura y la familia en la que fui criado. No me casaría con ella. Dejaría que libre viniera a mi y libre se fuera cuando lo deseara. No me importaría que mi familia católica y conservadora se interpusiera. Sólo dejen que juntara la lana.
Pero no junté nada. Primero porque ella se fue. En un acto atrabilario me quedé sin sus imágenes ni sus recuerdos. La saqué de esa casa imaginaria a empujones. Si ella no estaba conmigo, no quería lidiar con su ausencia.
Pero mientras ella hacía su vida lejos, los engranes de la vida movían sus mecanismos sin prisa ni pausa.
La disociación de la que he hablado en ocasiones volvió una vez más a mi persona. Comencé a actuar en conjunto con mis heterónimos. Para sostenerme en esta ausencia fue que apareció la estructura que sigue vigente hasta el día de hoy. Unas horas para mi, otras para aquella, otras para la vecina de la ciudad de enfrente. Todo en paralelo y en simultáneo. Súmale los minutos fugaces entre estaciones del metro, escapadas hacia pozos luminosos y en los desdoblamientos cruzando espejos una y otra vez, como Lewis Carroll no lo pudo escribir jamás.
En pocas palabras. Llené su ausencia con máscaras.
Pero eso estaba bien. Como siempre lo he dicho, no le hago daño a nadie, todo es por consenso y en ocasiones hasta uno que otro aplauso por la dicha provista. Nada que no se haga.
Al mismo tiempo, luego de meses de rumiar los hechos es que me convencía más y más de mi error. Del error fundamental de haberle ofrecido la espada del caballero cuando en realidad lo que debía haber sido fue plantearle la relación común de todos los mortales que se enamoran unos de otros.
Viví un mundo de fantasía con ella. Pero la fantasía, sólo se sostiene con la ilusión; y amigos míos, la fantasía es un mundo irreal.
Pero era lo que tenía.
Por otro lado, con el paso de los años el oficio que me sostenía comenzó a hacerse más interesante, mejor pagado. La vida sonreía.
Pero yo no demasiado.
Ahora lo veo con la luz del pasado. Con la edad dejé las ingenuidades atrás. Finalmente podía presentarme como lo que soy. Y eso funcionaba... algunas veces.
Liberado de las obligaciones de la moral y de las timideces, los romanticismos se quedaron atrás, sepultados con los recuerdos de una chica que pasó por tres años de mi vida y que como en un acto de magia, se desapareció una mañana de domingo.
Claro que la recordaba. Era la extraña fundamental de Douglas Coupland. Cada día de su cumpleaños le escribía un pensamiento. Deseándole en el fondo que estuviera bien, y secretamente, que se quedara en Panamá. Que no volviera y que me permitiera pensarla como un recuerdo, un lindo recuerdo de lo que no pudo ser.
Y así pudimos vivir hasta julio del año pasado...
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