Nota al calce:
Ante la muerte, el único remedio que se me ocurre es vivir la vida. Y eso lo que hago, vivir la vida con toda la intensidad de la que soy capaz, aunque por ello tenga que mimetizarme con el caos que busco y que me rodea.
Y por cierto, putos poetas. Nadie la recuerda. Se que no era la estrella más rutilante del espacio literario del país pero, ¡coño!, era una colega. Algo de solidaridad gremial se hubiera agradecido, de menos por compromiso. Pero me imagino que sus compromisos de verdad están con las becas que esperan a cambio de rumiar sus versitos de porquería travestidos de marginalidad "tres chic".
Su llamada aquella tarde me sorprendió. Me sorprendió porque, como a veces pasa, me había fugado de mi rutina, por lo que en cierto sentido me sentí un poco mal por haber invocado el sentimiento de culpa. Aquella nomás se me quedó mirando con un poco de impaciencia mientras los ecos de la voz en buena parte olvidada reverdecían ante mi oreja.
Era una sorpresa, pero también un dejo de intrigas. Yo, una persona que suele esconderse en el subsuelo de su refugio montañés ahora me enteraba que me había buscado con afán por esas esquinas del mundo. Que no me había olvidado, a mí, una persona que buscaba perderse luego de los naufragios y que suele cubrirse con su capa de invisibilidad.
En serio que no pensé que le importara tanto.
Tan sorprendido quedé que sin duda acepté que habláramos días después para platicar (además, mi fuga estaba siendo observada con ojos severos) y ponernos de acuerdo para una posible cita prescencial.
En realidad, no pensaba que me llamara una vez más. Llenándome de negros presagios y con la desilusión por adelantado y con la espera de que no me marcara una vez más.
¿Por qué?
Porque no quería volver al papel del caballero galante, no quería volver a ceñir la espada y lanzarme a la batalla sin más que vanas esperanzas para combatir la incertidumbre.
Pero por otro lado, ¿qué engranes le moví a esta hermosa mujer para que me buscara? Yo, un tipo más o menos indigno de ciertas confianzas, destinado desde siempre al encierro. Destinado a la contemplación a través de las ventanas y los espejos. Destinado al olvido, a ser olvidado y reemplazado con sombras más útiles.
¿Para qué me quería?
No tardé en enterarme. Una semana después apareció, puntual, delgada y vestida con la elegancia que sólo podría existir en la Suzanne de Leonard Cohen.
Era un ángel.
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