Todo comenzó una noche hace aproximadamente 8 años. Era yo un burócrata al servicio de la institución educativa que me había albergado, lleno de trabajos inútiles, presiones idiotas y problemas vocacionales derivados de tener un trabajo que me ponía en contacto diario con la apatía y la hueva de los demás.
En fin, la cosa es que en una cena del día del maestro acudí como invitado. Se me ocurrió llevar conmigo a I, representante de lo inmaduro que puede ser una persona cuando el régimen de aislamiento es lo único que no conoce, amén de las expectativas infladas de lo que se puede esperar en la relación con el otro.
La cosa es que esa cena fue un desastre. Aunque ella fue radiante con un vestido rojo que ante mis ojos resaltaba su morena piel, hizo un berrinche que me pareció injustificado e inexplicable. Recuerdo haberla regresado a su casa enmedio de reproches y gritos. El camino a mi casa fue una avalancha de pensamientos, de reflexiones tras una relación que llevaba años sin sentido, sin un fin ni un final. Fue una época oscura en la que me llené de desesperanza porque de pronto me encontraba conque le había dedicado años de mi vida a la persecusión de un sueño bastante idiota.
En fin. La cosa es que, como quien no se da cuenta terminé estacionando el coche en la lateral de una avenida. Crack. Eso fue lo único que pudo haberse escuchado, de haber habido alguien que escuchara. Los pedazos de mi personalidad salieron volando, en todas direcciones. El yo integral que había existido hasta ese día se terminó y los fragmentos ahora representan pedazos del yo que podría ser, pero que se .
Hoy día los pedazos siguen volando por todos lados. Quién diría que un vestido rojo podría crear tal efecto.
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