Pues sí, ha sido una de esas semanas durante las que se hacen muchas cosas, pero que al final no llegan muy lejos. Entre planeacines y talachas varias, algunos de los reportajes que estoy preparando se muestran estancados. Como lo mencioné hace algún tiempo, el trabajo de gabinete en el periodismo es el menos emocionante, pero curiosamente, es el más útil.
Pasamos a los asuntos varios.
LOS ESPIAS QUE ME FALLARON
Tanto de la izquierda como de la derecha, las críticas a los servicios de inteligencia han sido bárbaros. Se les acusa de enclence, destartalados e ineficientes. Los famosos servicios de inteligencia nacionales, que aseguraron la estabilidad del régimen priísta no solamente viven desgajados, sino que ahora se presentan paralizados e ineficientes para detener actos terroristas.
Sin embargo pienso de forma inocente, ¿acaso los servicios de inteligencia nacionales fueron siempre tan eficientes y de acción rápida? En un artículo de Foreign Policy leo que los sistemas de inteligencia suelen ser sobrevaluados y que padecen enfermedades crónicas como la falta de personal especializado y sobre todo, de agentes preparados para infiltrarse entre las líneas enemigas.
Y pienso entonces en El Complot Mongol, novela de Rafael Bernal, donde se narran las aventuras de agentes secretos que tratan de desactivar un intento de atentado contra el presidente americano en una gira por estas tierras bárbaras. El problema es que el la novela (y en otras que he leído sobre los años oscuros del priato) más que inteligencia, lo que había era fuerza bruta, apretar tuercas y madrear adversarios para sacarles información. Eso, aunado a las mañas del sistema político mexicano, se facilitaba el trabajo de los servicios de seguridad.
Pero de eso a inteligencia. Hay un tramo muuuy largo. Así que, pensándolo bien, nunca tuvimos servicios de inteligencia demasiado sofisticados.
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