No es que la sociedad no me agrade. De hecho la encuentro interesante y nomás por ello es que me dedico a analizarla a través de la letra escrita en el ejercicio del periodismo. Sin embargo, ahora que descubro que mis incompetencias sociales son las compañeras con las que habré de vérmelas por el resto de mi existencia es que me encuentro en la encrucijada de decidirme por vivir aquí, entre las cuatro paredes de mi casa, saliendo para lo escencial, sólo para ver caras conocidad, mascar unas cuantas sonrisas y quizá tomar un café sin que me reconozca nadie.
Quizá la lectura viciosa de Schopenhauer no es buena consejera, pero ni modo. Las esperanzas que tenía para con el género humano terminaron con mi adolescencia inane y ahora vivo tranquilo, aislado de las rebanadas del mundo que no me agradan mucho, pero cercano a las cosas que mas quiero: mis libros, mi silencio y mi casa aislada de todos, menos del pobre perro de mi vecino, martirizado por su infame incuria que lo deja a la intemperie este invierno de porra.
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