Soy Yo, tengo 31 años y me encanta el manga y el anime.
Y lo peor es que no muestro señal alguna de arrepentimiento. Hace un par de décadas esto hubiera sido visto con muy malos ojos. Sin embargo, gracias a la obra de Umberto Eco, esto de leer comics pasando la infancia dejaba de ser un pasatiempo infantil hasta que la obra de Umberto Eco (él mismo fan de formas de cultura popular como las novelas de detectives) descubrió en libros como Apocalípticos e integrados, que estas formas de consumo cultural no eran en modo alguno subproductos marginales y alienantes sino expresiones genuinas de las sociedades que las generan y del ánimo cultural de quienes las consumen.
Siguiendo con este orden de ideas, siempre he considerado que el anime es quizá una de las herramientas más poderosas que la cultura del siglo XX ha logrado crear. Apelando a deseos e ideas comunes a buena parte del género humano, lo mismo se puede explorar la naturaleza de la humanidad que la del amor o de la historia por medio de dibujos animados.
Pero no se explica nada de esto sin la obra de Eco, quien abrió el camino para que estudiosos de las artes plásticas, de la sociología, la cultura, la psicología, la economía y los medios de comunicación tomaran en serio a esta forma de expresión. Creo que los millones de otakus del mundo, los cientos de miles de cosplayers repartidos por el planeta, las decenas de miles de fans que llenan exposición tras exposición de comics y tantas otras subculturas de la imagen animada y de su expresión en papel (el manga pues), le deben mucho a este libro y a su autor, quien con un excelente humor y un ojo perspicaz se dio cuenta de que los monitos dicen mucho más sobre el mundo en el que viven que sesudos (y estériles) análisis antropológicos.
Viva Eco. Y no olviden leer su nuevo libro.
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