Saturday, February 13, 2010

La vida sin ti 8: Lux Aeterna

I
Mi hermana Oja abrazándome mientras veíamos la tumba de Alí. Mientras mis lágrimas salaban la tierra que contenía sus jóvenes restos. Un otoño total, bajo el despiadado Sol que devora las lápidas.

II
La flor roja perdiéndose entre las olas del Océano Pacífico.

III
Un aeropuerto lleno de luz blanca, donde el final comenzó a cobrar su cuota de vida, donde los pasos que daba ya no la tenían a ella.

IV
El viento cálido entrando por la ventana invisible de mi alma cuando leí sus letras por primera vez en una esquela.

V
El mar de sangre rodeando un cuerpo inerte contra el piso a cuadros en un apartamento del centro de la ciudad.

VI
Una mente intoxicada por el odio que le ordena a la mano tomar un homicida cuchillo y atajar una vida.

VII
Amigos que brindan, una mujer de cabello rizado vestida de jeans que levanta su copa enmedio de las risas, los chistes y quizá la seducción de una persona que no ama, pero que tampoco puede dejar.

VIII
Una chica de cabellos rizados, perdiéndose entre las sillas de la cafetería, mientras los comensales siguen sus asuntos cotidianos entre platos semivacíos, en una tarde de manifestaciones por la conquista de lo inexistente.

Yo, acariciando una mano cálida por última vez, mientras la chica mira con una mezcla de compasión y de tristeza al su interlocutor, quien intenta por todos los medios de convencerla de que se quede con él.

Un tipo treintañero, leyendo un texto con una mezcla de incredulidad y estupor. Es una carta de adiós.

Dos personas se encuentran en la planta alta del Sanborns de los Azulejos. El está molesto por la tardanza, los plantones, las misteriosas ausencias, la cancelación de un viaje al Cervantino. Está por hacer que las cosas se pudran de una vez por todas, de abandonar el amor, de hacer que las cosas se destruyan de una vez por todas, por hacer que el amor se disuelva en el mar de la frustración. Eso ya no es amor, es una amalgama deficientemente cosida de retazos.

IX
Un teléfono descuelga después de docenas de intentos. Es ella. Su hermano tuvo un accidente. No podrá acompañar a su interlocutor al viaje al Cervantino, que ambos habíán planeado con tanta anticipación. Contrariedad. Una más a la cuenta.

X
Pláticas sobre viajes (quizá al Cervantino), donde ella le encantará la cultura, los conciertos y no tener que dormir sobre el suelo pelado. Espera que le guste la suite que ha rentado para tal efecto, en el mejor hotel de la ciudad. ¿Sexo? Es posible. Pero mejor aún, sentir la tibieza de su cuerpo abrazado después de todo lo que ha sucedido.

XI
Un hombre camina por las calles desiertas del centro de la ciudad. Desbordado de esperanza y de felicidad. La vida finalmente se ha convertido en algo sensible.

Dos almas que corren en la terminal Tasqueña del metro al borde de la medianoche. Al final un taxi que se la lleva, no sin antes un intenso beso que hace estallar la realidad. De pronto el mundo cobra colores en la profunda noche.

Intercambio de palabras en un café de Plaza Loreto y caminando por los oscurísimos senderos de Ciudad Universitaria, tras un aguacero de medio verano:

- Me siento segura contigo
- Lo único que te pido es que sigas en el mundo.

XII
La electricidad de un momento. El primer beso, en un vagón del metro. En un arrebato de valor y atrevimiento. Pero es correspondido, muy correspondido. ¿Qué ha pasado?

Tomarla de la mano mientras caminan por las calles del centro de la ciudad es una experiencia nueva: ella lo sabe y no sabe bien a bien cómo responder. Pero sigue con ello. Y mira sus ojos. Y mira su esperanza.

La charla es prolongada. Las tazas de café se suceden una tras otra. Hay dolor y hay viajes con intenciones frustradas. Hay un deseo por salir de sí misma y avanzar y dejar el dolor y dejar el pasado atrás y buscar la felicidad. A medida que los meseros vienen y dejan taza tras taza de café.

Con una blusa de cuello alto, un saco y un pantalón ajustado se presenta de repente y puntualmente a la entrada del Palacio de Bellas Artes donde el pasado se revela y se pespunta un futuro. Es un ángel.

Sí. La secuencia podría estar salida de la película de Darren Aronofsky con un tanto de Gaspar Noé:

LE TEMPS DETRUIT TOUT

REACH OUT

Primero, una disculpa por adelantado: Sorry man, las fiestas de disfraces nunca han sido lo mío.

Ahora bien. Salir a la calle, respirar un poco el aire semitransparente de este mediodía, caminar por una avenida que parece sacada de película hollywoodense (limpia, con autos silenciosos) y mirar las rayas de la banqueta.

Amo la vida que tengo. No es fácil y a veces uno puede cansarse de los obstáculos cotidianos. Pero, por momentos, cuando a alguien le solicitan la hora con educación, se da cuenta de que hay humanos después de todo. No demasiados, pero de que existen, existen.

Y uno puede leer con cierta tranquilidad en el Metrobús, y usar el tren para pensar en la cotidianidad de los otros; sencilla pero muy satisfactoria en las horas no laborales que no comparto.

Sunday, February 07, 2010

MOMENTO

En el salón de clase discuto, pregunto y no dejo que la estulticia invada mesabancos.

En los recesos me quedo callado y me dirijo hacia los pasillos para leer mis libros y los ensayos sobre filosofía de la ciencia y la tecnología que me acompañan en los caminos hacia mi hogar.

Curiosidades de la vida: una chica guapa se acerca para preguntarme sobre mi iPod Touch. La dejo jugar con él, que vea las aplicaciones, las canciones, los podcasts y los videos que le he cargado en mi vida digital. Le cuento de dónde salió, cuándo costó y lo que hice con él en el paso se los meses.

Hace años nadie se había metido hasta la cocina de mi intimidad digital.

Je.

Saturday, February 06, 2010

HISTORIA DE UN TECLADO

Es curioso. Los sitios web de tecnología suelen estar llenos de reseñas de todo tipo de gadgets, incluso algunos que nadie comprará por su exotismo, precio o simple y sencilla inutilidad.

Pero poco se habla de los teclados de computadora. Pese a ser quizá el objeto con el que la gente pasa más tiempo (incluso más que con el automóvil y quizá con la pareja), pareciera que no hay necesidad de conocer lo que uno requiere.

Mi historia con los teclados inicia hace algunos años cuando usaba una Mac Mini y me vi en la necesidad de utilizar un teclado (antes sólo había usado computadoras portátiles). Como coincidencia, en esa época (ya casi una década), lo que hice fue ir a una papelería departamental y comprar este teclado.
No era malo, de hecho, es un teclado suave, aunque quizá un poco grande para el escritorio con el que he trabajado. De hecho, no fue una elección cuidadosa y en realidad compré este teclado buscando algo lo más parecido posible a un teclado de laptop.

Y con este teclado he sido feliz por muchos años. Muchos años donde este teclado fue una y otra vez sometido al trato de alguien quien escribe para vivir: rellenado de polvo una y otra vez; usado inmisericordemente para teclear cientos de hojas de texto donde millones de veces sus teclas fueron usadas para expresar los pensamientos y deseos de su propietario.

Pero como todas las cosas, el tiempo y el esfuerzo cobran su precio. De pronto el teclado comenzó a fallar. Luego la impresión de las letras comenzó a borrarse, iniciando por la misma A y luego por el resto de las letras.

Llegó el tiempo de hacer las cosas diferentes.

Maquero como soy de corazón, lo primero que se me ocurrió fue usar el teclado que Apple recomienda para sus computadoras, es decir, el teclado Apple extendido USB.




La compra fue optimista, y el teclado se hubiera convertido en la única compra de no haber sido por un pequeño detalle logístico: por alguna razón, el teclado agredía a su usuario con descargas eléctricas. Dado su cuerpo vanguardista de metal, al parecer hacía una combinación con mi ropa de franela y cada pocos minutos, en lugar de un teclazo, una pequeña descarga eléctrica.

Así que ese teclado se fue al exilio, tras dos semanas de intentos de reparación y llamadas a un azorado servicio técnico que nunca supo lo que pasaba. Quizá mi casa era la responsable, al fin y al cabo, ya no había (ni hay aún) un sistema de electricidad con toma hacia tierra.

Para el siguiente teclado recurrí a una viera receta de mis ancestros: acudir a las antípodas. Así que me compré este teclado Microsoft:
De primera instancia parecía que estábamos frente a un ganador. Un teclado robusto, con buenas prestaciones y con el respaldo de una marca que sonaba a garantía de calidad. Pues bien, ese teclado fue conectado y tras un par de horas ya estaba rumbo a la caja de los trebejos.

¿El motivo? Algunos dirán que soy un tipo difícil de complacer, pero me di cuenta de que el teclado era difícil de usar debido a que estaba demasiado alto y las teclas requerían mucho esfuerzo para ser tecleadas.

A esas alturas del partido ya me estaba desesperando y en cierto sentido ya me estaba resignando a usar el mismo teclado por el resto de mis días, aunque terminara haciéndolo con un vejestorio.

Así pasaron meses, hasta que hace unas horas, caminando por una papelería departamental me encontré con este teclado orgullosamente marca Perfect Choice:


No es por la superficie imitación aluminio, quizá lo que me llamó la atención fue su breve tamaño y que a la hora de usarlo, percibí las teclas suaves y con las que se puede trabajar largas horas sin percibir cansancio.

Por 200 pesos, me lo llevé a casa y desde ese teclado me encuentro trabajando, al parecer con una compañía permanente en mi escritorio.

¿La gran moraleja? Lo caro de un objeto no garantiza su eficacia. Después de años buscando el santo grial de los teclados, me terminé encontrando con que lo barato, en determinadas ocasiones, realmente es lo más barato es lo que mejor sirve.

Pero que conste, sólo de vez en cuando.