Sunday, February 15, 2009

DECIR LAS LETRAS

14 de febrero ha pasado. Entonces puedo escribir con un poco más de soltura.

La vida es generosa, eso no se puede negar. Héteme aquí, mientras que las letras regadas por esta y otras ciudades se arraciman con fervor en el fin de semana que comienza a cobrar su calidez primaveral en la transición desde un invierno más.

¿Qué hay en mi? Un poco del deseo de salir del paso, de entretenerme en formas diferentes y de comenzar a practicar con otra tinta que no sea la usual tinta alemana negra de mi pluma estilográfica. Sin embargo, pasa el tiempo y me encuentro aquí, encerrado en mi trama, en mi trabajo y en mi existencia. Me he negado sistemáticamente a abandonar mi cerro, a caminar sin reflejos de por medio por calles y esquinas.

Pero es la forma en la que he vivido de siempre y no deseo renunciar a ella. Como adolescente pasé míseros episodios a solas. Mi personalidad nace y se desarrolla como cualquier otro tubérculo, bajo tierra.

Y aquí estoy, encerrado como siempre, sin más panorama que mis nuevas mascotas, que duermen a mi lado, soñando bocetos de ideas. Y uno aquí tratando de dibujarlas con precisión maníaca.

Cuando comencé a salir al mundo deseaba cosas sencillas: un amor común y corriente, una línea de existencia convencional. Pero quiso la vida y mi voluntad que las cosas fueran diferentes: no me arrepiento de no haber sido el ingeniero que me prometí a mí mismo ser. Agradezco esta oportunidad de existir como lo he deseado.

Más no dejo de recordar aquel tiempo, cuando entre cursilerías y flores y tianguis de basura de San Valentín añoré aquella escena que nunca se formó ante mis ojos, cálida y suave. Una imagen completa, dulce y atrapadora. Así fue como aquello se quedó atrás y no hay más que hacer. Miro hacia adelante y camino con mis manos bien remetidas en los bolsillos de mi saco.

Y así camino, por las calles de tarde a mañana.

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