Monday, August 21, 2006

EN LA RAYITA

Pues después de semanas balanceándose al borde de la cuerda no tan floja, finalmente los lopezobradoristas ya dieron cuenta de que irán, no por la defensa de una elección miserable, sino por la purificación de este país de transas sin final.

Ahora sabemos muy bien que la cosa no tiene nada que ver con cuestiones legales; ahora sabemos bien que todo girará alrededor de una cruzada cuyo final no sólo no se ve cierta sino que ni siquiera se ve factible. Valiéndome de la gacha comparación, al igual que George Bush al declararle la guerra al terrorismo, se ha puesto una meta de muy difusa resolución.

Pensemos por un rato, ¿quién determinará que hemos llegado a la ansiada purificación?, ¿cómo sabremos que la democracia se ha establecido firmemente en el país?, ¿cuándo veremos la conclusión de los objetivos logrados? Me temo que las respuestas de dichas preguntas se encuentran en la mente de una sóla persona: Andrés Manuel López Obrador.

Y eso es lo peligroso.

Si nadie más que el líder conoce el rumbo de la nave, eso significa que la participación del pueblo no es más que un recurso retórico que enmascara deseos mucho menos democráticos.

Habrá quien pueda decir que eso es sólo agua de borrajas y que la bondad inherente a los objetivos hacen innecesarias los cuestionamientos en el rumbo del movimiento democrático de López Obrador. Yo dudo de la certeza de las creencias, incluso de una sóla creencia.

Ahora que regreso de mi viaje por los Iunited Esteites es que me doy cuenta de las enormes consecuencias de la política gringa en su propia historia: cada uno de los pueblos que habitan su territorio, de una manera u otra han pasado por ser víctimas de sus necesidades: desde los pueblos originarios que devastaron casi hasta la extinción (si no es xtinción someterlos a una existencia segregada dentro de las reservaciones indias).

Por otro lado tenemos a los mexicoamericanos, quienes aquí residen, unos por la necesidad de allegarse los recursos que nuestro país olímpicamente le niega en una tierra que hace más de un siglo nos pertenecía y de la que no supimos hacer gran cosa.

Luego tenemos a la comunidad afroamericana: millones de personas que hasta mediados del siglo XIX vivían sojuzgados, extraídos de su tierra por la fuerza para servir a los blancos: un agravio que sufren muchas naciones de Europa: cómo lidiar con el pasado que no está en los museos, sino que se les refriega en la cara en cada calle y esquina.

Las comunidades asiáticas emergen de una prolongada batalla que en el siglo XX confrontó a los americanos con países como Japón y Vietnam contra los Estados Unidos y que en el caso de Japón le valió ni más ni menos que los Estados Unidos les arrojara dos bombas atómicas y que en el caso de Vietnam, terminara como tierra arrasada por el uso intensivo de armas convencionales y químicas.

Pues todas esas contradicciones y agravios han venido a terminar desembocando en los propios Estados Unidos. Con su carga de remordimiento, el hombre blanco ahora se ve obligado a vivir con los resultados de sus obras. Por eso viene el intenso discurso de la tolerancia hacia el prójimo, de aceptación de lo diferente y de promoción de derechos básicos para todos: es el corpus del agravio lo que se paga ahora.

Irónicamente, en estgos tiempos en los que Estados Unidos se enfrenta una vez más a las consecuencias de combatir una guerra para imponer lo que consideran justo y bueno es que me encuentro ante los sentimientos encontrados derivados de actos de su lejano pasado.

En cuanto a México, una vez más vivimos la controversia de toda la vida causada por los traumas de las invasiones del siglo XIX. Una pena.

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