Tuesday, September 29, 2009

CARTA AL ASESINO

Hoy te conocí.

Nunca tuve el gusto de mirarte. Jamás trabé palabras contigo. El jazz, el teatro y las motos. Esas pasiones tu las inoculaste en ella. Y al final tu te quedaste con mi niña, hoy muerta. No es que lo supiera de antemano, pero yo sólo podría haberle comprado un modelo a escala de una moto y eso era lo que pensaba hacer una vez que me lo dijo.

No podía hacer más nada. Tu tenías mano ganadora. La conocías, estabas cerca de ella. Era natural que su amor se dirigiera a ti, fuerte y con mirada segura. Era una cosa de tiempo nada más. Supongo que ganaste en buena lid su afecto.

Mientras tanto yo me hundía en mi trabajo, en rumiar mi frustración, en sacar adelante mi rutina diaria, en tratar de olvidar y mantener el equilibrio delicado de la fuerza que me hacía tratar de sacarla de mi casa de una vez por todas y recordarla en todas las demás ocasiones.

Era un trabajo duro, pero quería pensar que ella, en manos de sí misma o de alguien más, podría hallar eso que buscaba, eso que no pude darle y eso que con fiereza intentaba descifrar, el secreto que la podría mantener en el mundo y hacerla olvidar las lúgrubres sombras del abandono de sí misma.

Supongo que en ti lo halló. Eso estuvo bien. Y con eso pudo haber sido el final de todo el asunto. Como muchos romances que terminan así, podría haber seguido mi vida, suspirando por los buenos momentos y colocando una cortina sobre lo demás. Tratando de no mirar y dar por sentado que ella habría encontrado una vida coherente consigo misma, concordante con su anhelo de rondar por el mundo, de darle vida a sus cuentos y poemas, a sus fundamentales.

Pero ahora que está muerta y que tu la mataste. ¿Valdría la pena maldecirte?, ¿significará algo insultarte por haberme destruido las migas de felicidad que quedaron luego de todo?, ¿tendrá algún significado buscar en tu mirada las razones que te llevaron a herirla de muerte?

¿Será útil indagar los últimos momentos de tu vida en pareja con ella? Yo sólo soy un convidado de piedra a tu festín de fuga. No me tocará conocer quién eres, sólo lo que los periódicos vayan desgranando a medida que pase el tiempo y quizá unos segundos de fama que involuntariamente te ganarás al aparecer tu nombre en hojas y menciones al aire.

Pero sábete que tu homicidio fue múltiple. Mataste a personas desconocidas que caminan a tu lado, que no se fijan en tu nombre ni en tu estatura ni en tu voz ni en lo que haces ahora que cargas con el crimen a cuestas. Pero lo hiciste. Tu crimen se ha multiplicado, por una, dos o más veces, las de aquellos que mi niña tocó y quienes ya no la mirarán en los pasillos de la facultad o en las aceras de Avenida Insurgentes.

Y ahora tengo un exquisito pedazo de brillante tristeza, cortesía de tu acto infame. No se lo compartiré a nadie y me lo tragaré como me tragué los seis años de amor que sentí por ella sin que nadie lo imaginara ni lo supiera. Beberé pacientemente de esta hiel, hoy y todos los días del resto de mi vida, al menos hasta que me entere que has topado con pared.

No se si en tu furia querías deshacerte de ella. Pero ahora uniste más que nunca su vida a la tuya. Uniste mi propia vida a la tuya. Uniste más vidas a la tuya. Ahora somos muchos los que te acompañaremos, sea en tus islas de libertad o en el pozo de la reclusión, consecuencia del acto realizado.

Y no lo digo con satisfacción. Lo hecho ha sido concluido y ahora, no hay forma de volver los pasos.

Mataste a la persona que más quise en esta vida.

Nada más.

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