No puedo dejar de pensar en lo sucedido hace algunas horas en la carretera México - Pachuca; no sólo por que la docena de muertes ha sido una tragedia que sobrepasa nuestra tétrica ceguera ante accidentes y muertes que suceden día con día en esta urbe (para mayores señas, ver el periódico cada día en la sección de justicia). Lo que me sorprende es que, con tan pocos datos, tenemos una radiografía oscurísima del sistema educativo de nuestro país.
Aunque apenas hay pedazos desperdigados de información sin ensamblar, tenemos casi todos los elementos dispuestos. Una escuela que organiza improvisadamente una visita a una fábrica (al punto que los regresaron sin siquiera abrirles la puerta), un camión contratado de manera irregular y manejado por un chofer que por lo menos, se dio a la fuga y que por lo menos es acusado de haber conducido a altas velocidades y en un estado mental alterado. Un vehículo seguramente en condiciones deplorables, al menos lo suficientemente malas como para que el eje se rompiera (al menos en la versión oficial) y lanzara a un abismo de 8 metros el vehículo con sus ocupantes.
Una historia que seguramente se perderá en el mar de las calamidades chilangas y cotidianas, una tragedia para familias que aún ahora se dedican a la búsqueda de sus familiares. Sin embargo, los detalles siniestros no dejan de hacerme pensar en la forma en que el sistema educativo nacional se encuentra, ¿organizado? Pero antes de que quienes tienen a sus hijos en escuelas privadas comiencen a suspirar de alivio, yo dejaría la malora pregunta: de siete de la mañana a dos de la tarde, de lunes a viernes... ¿sabe con quién están sus hijos?
Apunte personal: viernes pasado por agua
En mi calidad de asistente al Foro Mundial del Agua, sólo se me ocurre decir que el evento de tan grande ya se convirtió en kafkiano. Incomprensibles las extremas medidas de seguridad (digo, qué necesidad de pasar por revisiones de metales una y otra vez), incomprensible el sistema de registro (docenas de periodistas nos encontramos con que la mesa de registro estaba en un rincón de la sala de prensa, atendida por algunos voluntarios que haciendo gala de voluntad trataban de mantener el orden en el caos mientras al lado una sala con al menos un centenar de relucientes computadoras nos ofrecía Internet de alta velocidad).
¿Alimentación? Un sandwich, un hot dog, una bolsa de papas fritas, un agua de jamaica y un vaso de té helado (aunque puedo aducir que eso fue culpa mía). Las conferencias creo que valieron muy bien la pena ya que, para mi sorpresa, los catalogados como demonios privatizadores (sí, los encargados de administrar los sistemas privados de potabilización y distribución de agua en el mundo) más bien se declaran preocupados (y lo mejor de todo, ocupados) en hacer que los proyectos hidráulicos dejen esa aura siniestra de destrucción ecológica y soberbia frente a los afectados que les ha acarreado las furias (reales e imaginarias) de globalifóbicos y otros mientamadres progresistas.
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