Monday, November 05, 2007

SORPRESAS VIAJERAS EN UN SOLO DIA

No he salido de tierras mexicanas y ya he pasado dos sobresaltos. El primero cuando al taxi en el que iba rumbo al aeropuerto se le ponchó la llanta enmedio de un páramo desierto del norte de la ciudad.

Afortunadamente, el chofer parreció estara la altura de las circunstancias y pudo cambiar la llanta en un tiempo relativamente corto.

El segundo sobresaldo sucedió en la fila de la línea aérea, porque me dijeron que como mi boleto no tenía asiento asignado, tendría que esperar a que el vuelo tuviera cupo para mí para ver si en la sala de espera podían acomodarme.

Dos minutos de terror mientras (esa expresión ya la conozco) el personal pone cara de que no tienen idea de lo que está pasando detrás del monitor de la computadora. Finalmente un supervisor pasa y le dice el procedimiento correcto, al punto en que por primera vez en muchos vuelos, me dan chance de elegir entre pasillo y ventana.

Elijo ventana, pero ahora hay que esperar en el aeropuerto de Atlanta a ver como me va con el asiento que va rumbo a Washington.

Uf.

Y siguen las sorpresas. En pago a mis plegarias, finalmente me tocó estar junto a una chica muy bonita como compañera de viaje. Sin embargo, no puede hablarle como quería por dos factores. Primero porque me llené la boca un par de horas antes con un torta de pierna con mucha cebolla. Carajo con estas disposiciones que no le permiten a uno llevarse una pastita de dientes.

De cualquier modo pude cruzar algunas palabras con ella y al final me enteré que era casada. Bueno, no se puede todo en la vida.

Y cuando las cosas ya parecían haberse resuelto... que no llega mi maleta. Es la primera vez que me pasa y yo ya estaba aterrorizado con la idea de pasarme cuatro días con sus noches respectivas con los mismos calzones y sin poder rasurarme.

Sin embargo, todo se resolvió a la manera americana, es decir, con eficiencia. Debo decir que la gente que me esperaba en el departamento de quejas una serie de mentadas de madre y caras de torta de los dependientes. Nada de eso, sorprendentemente me atendieron con sonrisas y mucha comprensión sobre mi caso.

Mejor aún, cuando ya salía con mi comprobante para recoger mi maleta en el hotel... que aparece la dichosa¡ Creo que jamás he sido tan feliz de ver mi vieja y madreada maleta.

Y así, aquí me tienen, escribiendo desde una bonita limousina Lincoln último modelo mientras un chofer me lleva a mi hotel, y mientras a mi lado veo pasar al río Potomac, la Casa Blanca y los enormes complejos que constituyen la capital de lo que en mis años de estudiante era conocido como la capital del Imperio.

Bien dijo Jorge Ibarguengoitia en uno de sus libros. Quienes construyeron esta ciudad sabían que esta sería una gran nación.

Y no se equivocaron.

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