A raíz de que tanto mis amigos como un servidor estamos atravesando lenta pero inexorablemente la barrera de los 30 años de edad, es que se impone pensar un poco en lo que representa la vida cuando algunas etapas que nos parecían fundamentales van quedando atrás y otras se aproximan por la espalda sin que nos demos cuenta.
La soledad como forma de vida
Haciendo un breve recuento, algunos de mis amigos se encuentran en firmes relaciones sentimentales, otros tantos (y una amiga muy querida está en ese caso, ¡je!) se encuentran haciendo fila para hacer su entrada triunfal en el altar y poner su rúbrica ante el Registro Civil.
Sin embargo, esta noche, platicando con una amiga mientras nos echamos un martini a la salud de una de las revistas para las que colaboro, me doy cuenta que de ese universo de parejitas felices, hay algunos que por diversos motivos nos hemos decidido mantener al margen de la arcadia amorosa y ahora, cuando la tercera década de la edad se aproxima (o en algunos casos silenciosamente ya rebasó), es que nos encontramos desarrollando trabajos sumamente satisfactorios, en algunos casos inclusive bien pagados, pero está la cuestión de existir sólo, sin la pulsión de llegar en la noche a dormir en los brazos de la misma persona a lo largo de los meses y de los años. No por nada Matt Groening en su tira cómica Life in Hell menciona que una de las cosas más desasosegantes de la vida en pareja es tener que hacer el amor con la misma persona toda la vida.... o no volver a hacer el amor con la misma persona toda la vida.
La cosa es que, vivir sólo no es únicamente una forma de vida, sino que en muchas ocasiones se vuelve una forma de existencia. Vivir sin más compañía amorosa que la de las paredes que a uno le acompañan puede ser una maldición, o simplemente una opción en la vida. Para quienes nos dedicamos a esto del periodismo (o decimos que nos dedicamos a esto), la señal inequívoca de estar haciendo nuestro trabajo a plenitud es prescindir virtualmente cualquier compañía humana. La vida del periodista está condenada a la soledad, no porque esta sea una opción deseable; simplemente sucede que las incidencias de la realidad no tienen horario ni fecha en el calendario, por lo que uno puede estar en pijama a las 12 del día un martes o estar trabajando a todo lo que da una mañana de domingo.
Es algo que no gusta a las parejas.
Pero más allá de eso, está la situación de que convivir con alguien más es una actividad bastante morosa. Por nacer la mayoría de las personas en el seno de una familia, se suele pensar que estamos condenados a vivir en manada, pero después de una temporadita viviendo sin más prescencia que la de mi gato, es que encuentro ahora difícil convivir con lo que es mi familia, sobre todo porque convivir con una familia (la que sea) es una tarea compleja. Sin embargo, sigo encontrando problemas operativos. Especialmente a la hora de cocinar.
Pero seguiremos con el tema
Apunte político: Macheteros al grito de guerra
Y bien, Marcos estará en la Ciudad de México (o Ciudad Monstruo, como gustan decirle los locutores de las radios clandestinas de esta ciudad) por tiempo indefinido, organizando las cosas para que la gente que está en la cárcel por los hechos de Atenco. Más allá del juicio sobre lo que está haciendo, creo que si Marcos sigue prolongando su estancia en esta ciudad, va a terminad devorado por ella. Con el paso de las semanas y los meses se irá volviendo cotidiano, tal y como ahora lo son los encuerados del movimiento de los 400 pueblos, que suelen pasearse por la ciudad en pelotas durante la primavera y verano, llegando al punto de convertirse en indicadores de la llegada de la primavera o el advenimiento de los fríos otoñales, sin que alguien haya podido enterarse de sus demandas.
1 comment:
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