No podría dejar este tema sin hacer una reflexión que me ronda la cabeza.
El Papa Juan Pablo II estuvo convencido desde el principio de su papado que una de sus misiones sería el combate del ateísmo comunista. A ello dedicó buena parte de su gestión (sobre todo en las décadas de 1970 y 1980) e inclusó armó alianzas con grandes enemigos del socialismo como el presidente Ronald Reagan (de quien se ha documentado una alianza que incluso llevó al Santo Padre a entrevistarse con funcionarios de la inteligencia gringa). sin embargo su plan era expulsar el comunismo de Europa del Este con el fin de restaurar la fe cristiana en esas tierras. En cuanto al sistema económico y social que reemplazaría el comunismo, eso estaba fuera de su interés, por lo que dejó "de facto" que esos asuntos los manejaran los Estados Unidos y sus aliados occidentales.
Gran error
Cuando el comunismo se derrumbó a inicios de la década de 1990 (con el colapso definitivo de la Unión Soviética y la conversión de los países bajo su influencia a las políticas occidentales) los ciudadanos de los países liberados no regresaron al redil creyente que había esperado el Papa. Más bien dichos países se sumieron en un sopor consumista donde Dios fue sustituido por bienes de consumo y el interés por el dinero. El sistema económico terminó por determinar la cultura y las almas de aquella gente. Esa fue una derrota que el pontífice nunca pudo asimilar: la conversión de los pueblos liberados a la fe del mercado y el materialismo le sorprendió y lo volvería al final de la década un crítico del sistema neoliberal que denunció como carente de valores y centrado en un individualismo agresivo.
Desafortunadamente sus comentarios vinieron "a posteriori", demasiado tarde para ser tomado en serio. La pérdida de Europa (desde la frontera con Rusia hasta el Océano Atlántico) para el catolicismo es irreversible y ahora se desplaza hacia los continentes de América, Asia y Africa en busca de nuevos fieles y quizá en un largo plazo este fenómeno replanteará culturalmente a la Iglesia para convertirla en un ente culturalmente más afín a ugandeses, bolivianos y filipinos que a franceses o alemanes. En su ánimo de convertir más fieles al catolicismo, JPII se encargó (inadvertidamente) de plantar los comientos de una revolución en la futura Iglesia Católica.
Los caminos del Señor son insondables.
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