Pues bien, la semana (ajetreadísima al punto en que no me dejó escribir mis debrayes por acá) ha terminado y con ello se abre un espacio para descansar y escribir un poco sobre lo que ha pasado en este mundo (que por cierto ha sido mucho y sustancioso).
El inicio de la semana fue la muerte del Papa. Al fin de varios días de homenajes, ceremonias, misas (yo creo que con tanta misa quedé al corriente con el alto mando divino) y la saturación poco menos que asfixiante de los medios y, ¿por qué no?, el aprovechamiento de la imagen papal para realizar una serie de eventos que rozaban lo irracional: lo más kafkiano fue una ceremonia donde se paseó por las calles de la ciudad el papamóvil vacío para llevarlo a la Basílica de Guadalupe donde se le cantó y se le rindió gran pleitesía. Al mismo tiempo, una silla donde se había sentado el Papa era paseada ente la mirada arrobada de los asistentes. ¿algo más? La transmisión fue en vivo y las dos televisoras más importantes del país (Televisa y TV Azteca) se unieron para esta ceremonia de muy dudosa procedencia y más dudosa permisividad.
Me parece que un papado que tuvo como divisa los medios de comunicación tendría por fuerza que concluir de la misma forma, con un gran despliegue de cámaras y micrófono. De todo esto me queda la duda si tanta imagen y recordatorio sirvió realmente para que los creyentes católicos comprendieran en lo que consiste su fe. A mí me pareció que el tratamiento del asunto se limitó a exaltar a la población con mesajes piadosos que realmente no pasaron de una superficie muy conocida (el Papa viajero, el Papa peregrino, el Papa comunicador, etc). Demasiados clichés para una persona promocionada como llena de matices y de múltiples facetas.
Sin embargo, el ya descansa en su tumba y mientras tanto los televidentes descansamos lo suficiente para pasar al siguiente tema. El Desafuero (así con mayúsculas como si fuera un episodio de película.
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