Monday, May 09, 2005

LA MUERTE ACCIDENTAL DE UN DESNUDISTA

Lo siento si con esto hiero algunas susceptibilidades, pero no podía dejar de piratearme el título de una obra de teatro de Darío Fo (La Muerte Accidental de un Anarquista") para hablar un poco del extraño episodio que la semana pasada protagonizó un grupo de desnudistas en la vía principal de la Ciudad de México.

Todo comenzó con un grupo de desnudistas que conforman un "equipo" de trabajo denominado Sólo para Mujeres y cuya gracia consiste en poseer cuerpos y rostros extremadamente agraciados (por genética y por labor "ex profeso") que montan coreografías desnudistas para placer y gusto de la población femenina que se sienta atraído por rostros y cuerpos bellos.

El asunto es que, por una asignación sin explicación clara al día de hoy (hay quienes dicen que era para un video musical, otros que era parte de un programa nocturno de variedades y unos más que el material serviría para promocionar las actividades de dicho grupo) los actores de Sólo para Mujeres, junto con un equipo móvil de video se lanzaron la madrugada del 5 de mayo al Periférico capitalino para grabar una escena en la cual los actores, montados en motocicletas, harían gala de su galanura.

La cosa fue que durante la grabación un automovilista (¿desvelado?, ¿distraído?, ¿ebrio?) alcanzó y pasó por encima de la caravana, produciendo un choque múltiple en el que murió Edgar Ponce, uno de los "performers" y otros sufrieron heridas de diverso grado. El asunto, como suele suceder en nuestro país, develó una serie de anomalías que denotan la manera en la que los mexicanos organizamis nuestra trabajo.

Lo primero: como suele suceder, el encargado de esta grabación no se tomó la molestia de informar a las autoridades, y sin el menor conocimiento del reglamento de tránsito chilango, se apropió de los carriles centrales del Periférico para grabar su asunto.

Segundo: los moticiclistas (supongo que por razones de imagen) circulaban a una velocidad demasiado baja respecto de la velocidad de los carriles, y para no perder la pose, los motociclistas no portaban casco protector u otro dispositivo de seguridad.

Tercero: Tal y como las leyes de la improvisación lo señalan, al parecer el convoy de motociclistas no llevaba siquiera la protección de vehículos a sus espaldas que previnieran una eventualidad trágica como la que ocurrió finalmente.

Cuarto: Un conductor sin la capacidad de reacción suficiente ante las eventualidades del camino (una lección básica en cualquier escuela de manejo) es una invitación a la tragedia. A una velocidad de 70 km/h, un "lapsus" de apenas 2 segundos puede bastar para alcanzar un obstáculo ubicado a hasta 100 metros de distancia.

Pero las cosas no pararon allí. Después de ocurrido el incidente, al parecer todo había sido un ataque lunático: la televisora se desligó del asunto, dejando en claro que, pese a que ellos no tenían nada que ver con el asunto, ayudarían a solventar los gastos contingentes, como un gesto de bondad de la televisora. Hermoso.

Dada la irregularidad de la situación, no es extraño que el autor del incidente fuera liberado después de otorgar una fianza más que generosa (unos 300 mil pesos, más o menos). Sin embargo, el epílogo de esta historia es una serie de preguntas que me hago. ¿Dónde estaba la policía?, ¿qué hubiera pasado si la policía hubiera detenido a los motociclistas por hacer algo indebido?, ¿cómo se le permite a un productor de video actuar de manera irresponsable creando condiciones inseguras de grabación?, ¿dónde está la responsabilidad, no de parte del gobierno, sino de la empresa que le contrata para emitir al aire las imágenes? y como lo dijo el analista de medios Alvaro Cueva en una de sus columnas ¿qué hubiera sucedido si alguno de los actores hubiera objetado las condiciones de seguridad durante la grabación?

Las respuestas las dejo al arbitrio del público respetable, pero mi reflexión más profunda es la siguiente: en un país donde hacer las cosas a la brava y objetar la ley cuando interfiere con nuestros intereses se ha vuelto una práctica no sólo cotidiana sino sancionada por la sociedad que la ve como una revancha contra la injusticia termina por alterar el orden de las cosas, minar las reglas de la convivencia y por último poner en riesgo la seguridad de la sociedad y de sus miembros.

Sin embargo, cómo nos duele la ley... así que, como en alguna taja pintada en una pared chilanga: ¡Que chinge su madre la ley! (la de ortografía primera al paredón, je).

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