Friday, September 02, 2005

INFORME DESAFORADO

Pues amigos, resultó que el quinto informe de gobierno vino y se fue. Con el paso de los años y la administración de Vicente Fox, la ceremonia (que de acuerdo con el sapientísimo Lorenzo Meyer nació con el país mismo) se ha convertido en un extraño espectáculo que roza las fronteras del performance.

Por un lado la apariencia de que el informe es una rendición de cuentas (donde no se rinde cuenta de nada pues los datos sólo se ven en forma de un atemorizante mamotreto que se le entrega al mandamás de la Cámara de Diputado); luego pasando por el almidonado protocolo donde se le acompaña al presidente desde su despacho en Palacio Nacional una comitiva de pránganas diputados para que le hagan casita mientras llega al Palacio Legislativo y luego lo despidan como si fuera niño de teta (¿no que ya estábamos en tiempos republicanos?)

Luego la escenografía. Por un lado el tlatoánico edificio de la Cámara de Diputados que se me hace una lápida aplastante cuyo mensaje es "aquí el ciudadano nos la pela" y el interior del Salón de Sesiones que tiene también un gusto faraónico como altar barroco donde en lugar de Niño de Atocha tenemos al Señor Presidente.

Finalmente, la puesta en escena. Por un lado (y como a 5 metros por encima de todo) el presidente, echando su mensaje político donde se untaba generosamente con mermelada de lengua y por debajo los diputados, festivos y albureros arrojando mentadas, paseando carteles como si fueran las edecanes que salen entre los rounds del box y paseando fetiches inflables.

La imagen que me viene a la mente es la de los teatros europeos del siglo XVIII en cuyos palcos la aristocracia se polveaba la nariz para ver a los actores mientras que a nivel de suelo la plebe hacía hogueras para calentar los bocadillos llevados al foro.

La extraña ceremonia del informe ya no sirve para nada. No sirve por las reminiscencias de tiempos despóticos que no se pueden repetir. La vitrina creada "ex profeso" para el lucimiento de la figura presidencial se ha vuelto un juego de feria donde los diputados desquitan el sueldo haciendo la chocarrería más llamativa y lanzando la majadería más sonora.

En realidad a la nación le vale madre el "mensaje político" del presidente. Si a la gente no le interesaba en los tiempos cuando se daba detalle de cada cosa que el gobierno había hecho ("plantamos arbolitos nuevos en Paseo de la Reforma"), menos ahora cuando lo que el presidente regurgita es una catálogo de buenas intenciones, de regaños más o menos contenidos y de una suerte de autoterapia donde se justifica de los errores al tenor de que la oposición es la culera.

Ojalá maten esta ceremonia y la vuelvan algo útil o de plano que ya no la reemplacen con nada. Sería más sano para todos si todos siguiéramos nuestra vida cotidiana sin la intervención de los políticos en un día como el 1 de septiembre. Que para jodernos tienen muy bien repartido el calendario.

Así sea.

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