Parece mentira, apenas la gente deja de ir a sus trabajos y los escuincles a la escuela para que la ciudad recupere buena parte de su encanto. El atardecer de hoy en el Paseo de la Reforma fue maravilloso. Poca gente, una luz anaranjada que atravesaba la atmósfera y un tráfico que hasta se veía encantador. Obviamente que como fenómeno colateral, la cantidad y calidad de las noticias desciente hasta casi un punto cercano a cero.
Y para muestra basta un botón. Mientras caminaba frente a la embajada norteamericana me topé con una pequeña multitud de cámaras y colegas reporteros que entrevistaban a una señora que agitaba una toalla con forma y estampado de dólar. Hasta donde comprendí, la señora protestaba por la deuda externa y exigía que se dejara de pagar. Evidentemente que nadie le ha señalado aún que el tema de la deuda, como las canciones del grupo Flans, se quedó atrapado en la década de 1980. Pero lo chistoso es que a una sóla persona le hicieran tanta bulla tantas cámaras de televisión. Yo por eso definitivamente colgué la grabadora estos días y mejor me he puesto a leer y escribir cosas lejanas de mi obsesión cotidiana por la noticia y lo actual.
Regresando a las delicias de la ciudad sin gente. Maravilloso andar por la calle, pasear por la Zona Rosa en búsqueda de libros en la tranquilidad de la quietud. Hasta pareciera que estamos en una ciudad bucólica de provincia. De cualquier modo no hay que dejarse engañar por las apariencias y no bajar la guardia, que no faltará algún exiliado del aguinaldo que podrúa buscar su año nuevo en la cartera de uno.
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