Siguiendo con el tema de la vez pasada, quedamos con que me la pasaba como chapulín, aprovechando las horas de la escuela para hacer una y mil cosas, además de mi trabajo como becario. Pues debo decirles que después de tanto desmadre, había tiempos en los que ni siquiera me daba tiempo para comer (allí adquirí la mala costumbre de almorzar a la velocidad de una trituradora de basura) y que numerosos sábados después del desmadre del viernes social me la pasaba con el periódico en una mano, un dolor de cabeza por otro lado y la cara ojerosa mientras planeábamos la siguiente aventura estudiantil.
No voy a pintar un cuadro idealista. En la asociación de estudiantes me di cuenta de lo difícil que es lidiar con el mundo real. Un sueño de juventud como una revista se convirtió en una tarea titánica que por poco y desfalca las finanzas de la asociación de estudiantes. Allí nos dimos cuenta de lo desagradable que era enfrentar puertas que se cierran ante uno y lo complicado que es hacer que algo (lo que sea) funcione. No por nada dicen por allí que al que le gusten las salchichas y los medios de comunicación, mejor no pregunte como se hacen.
Pasados lo semestres, cuando estaba ya en la recta final de mi carrera, me encontré con que sin querer me había hecho de un pequeño acervo de experiencias en habilidades tan disímbolas como redactar un artículo, hacer una página web, escribir un encendido discurso y tratar con entes tan extravagantes como diputados (y esto no es broma, al tercer día de mi trabajo como armador de páginas web me mandaron junto con otros compas a tratar con unos diputados lo que sería una de las primeras versiones de la página web de la Cámara de Diputados).
En fin, para cuando salí de la carrera ya tenía un breve camino recorrido y con la experiencia que me había allegado en mis años de becario, las cosas se facilitaron mucho cuando entré al mundo laboral. Comenzando conque cuando me gradué, el primer lugar donde me ofrecieron trabajo fue dentro de la misma universidad, al tiempo que ya publicaba algunas cosas en journals especializados... el resto es historia.
Pues bien, aquí viene mi reflexión. Con el paso de los años he pensado lo que habría pasado si, como muchos de mis compañeros, en lugar de meterme en tantas cosas para adquirir experiencia, me hubiera quedado dormido en la biblioteca y al recibir el título me hubiera puesto en la fila de solicitantes de empleo, demandando mi garantía de empleo amparada por el papelito llamado título profesional. Sin tener la bola de cristal, estoy casi seguro de que las cosas hubieran estado mucho más difíciles de lo que estuvieron cuando, cansado del trabajo en la universidad, decidí iniciar el camino hacia esto que hago ahora.
Y lo sé porque a lo largo de mi vida he visto compañeros con los que inicié el camino y que ahora hacen cosas radicalmente diferentes de aquello para lo que habían estudiado (y debo decir, sus padres gastado una buena suma de dinero). Ahora que veo en Francia tanto alboroto porque los estudiantes se sienten vulnerables ante el entorno laboral, yo preguntaría: ¿qué han hecho como individuos para paliar la vulnerabilidad laboral, para sentirse más seguros, para no perderse entre las masas anónimas de egresados?
Es fácil reclamar aquello que no se nos ha dado pero, ¿cómo reclamarlo cuando sólo tenemos las manos llenas de sueños sin realizar y esperanzas sin fundamento en la realidad?
Apunte personal: robots asesinos
No puedo dejar de comentarlo, el asunto del asesinato de Monterrey que tiene al país en una especie de reality show es tenebroso y escabroso por una razón ajena a los dimes y diretes de este chisme, que le ha restado valiosas horas pantalla a las inanes campañas políticas. La falta de emociones en las narraciones de los involucrados, la vaguedad de los móviles del crimen y la aparente docilidad con la que todos participaron de la matazón, me deja con muchas dudas y la sensación de que, como en las buenas historias de misterio, una verdad ominosa, oscura y extraña se asoma por las rendijas de los balbuceos de los participantes en el doble homicidio.
Y en esto incluyo a la madre de los niños asesinados, a las hermanas sobrevivientes del ataque, al atacante mismo, a la sirvienta, y como no, a la secretaria. Todos cuentan su versión como si la casa tuviera varias hectáreas de extensión, como si las paredes fueran de concreto de medio metro de espesor y como si el asesino fuera un maestro en el arte del sicariato sin ruido ni testigos, todo un ninja. Y como si faltara un elemento extraño, los padres se dedican, de todos los oficios del mundo, a la astrología, de donde se supone pueden preveer este tipo de calamidades.
A ver que pasa.
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