Sunday, April 30, 2006

OOOORALES... QUE DECEPCION

Este es el comentario, un comentario harto desencantado por la aparición de la nueva edición del programa de Brozo, el payaso tenebroso en canal 2 de la Ciudad de México hace apenas algunas horas. A lo largo del día lo estuve meditanto, y llegué a la conclusión de que el payaso está cansado.

Originado hace más de década y media en tiempos de la televisión pública (llamada Imevisión) Brozo nació como parte de una oferta de entretenimiento de un programa denominado La Caravana, un programa nocturno de bajísimo presupuesto donde el comediante Víctor Trujillo (junto con su compañero Ausencio Cruz) hacía una serie de sketches cómicos que revelaban un humor inédito en la televisión mexicana. Sacando de la manga personajes irreverentes y que redescubrían la veta de la exclusión social como línea argumental (abandonada desde las épocas de Cantinflas), Víctor Trujillo inventó a Brozo, un payaso lumpen que desde el sótano de la pobreza y la peladez se dedicaba a crear historias que rayaban en lo obsceno, atrayendo al público de la noche televisiva, harto de que ser tratado como un imbécil por programas supuestamente cómicos como el Dr. Cándido Pérez.

Aún me pregunto sobre el motivo de un canal de televisión estatal por sacar a un comediante tan ríspido a la pantalla. Quizá la respuesta se encuentre en algo tan sencillo como la indigencia financiera de un canal que al encontrar un comediante popular, decidió ofrecerle quizá lo único que tenía en lugar de dinero: libertad. Así las cosas, el éxito de Brozo (y otros personajes como la Beba Galván y el Estetoscopio Medina) sobrevivió a la compra de Imevisión y tuvo aliento para sacar un par de programas de variedades nocturnas que, por alguna extraña razón, no llegaron a cuajar y para inicios de la década, Víctor Trujillo ya estaba afuera de la programación televisiva.

Sin embargo, por allí de mediados de la década de 1990 un nuevo canal en la Ciudad de México denominado Canal 40 lo trajo de regreso a las pantallas, pero en un horario dificilísimo, al menos para su estilo de hacer televisión: en las mañanas. Como bien saben, la televisión mañanera tiene que ser lo suficientemente light como para poder digerirse con el cereal de la mañana, por lo que sacar a un payaso pelado a hacer un programa mañanero (reino provilegiado de las recetas de cocina y las entrevistas de estrellitas de moda). Sin embargo, el programa recibe una acogida monumental ya que no duda en sacar partido de la mendicidad de los recursos del canal: cómo olvidar al Capitán Guarniz haciendo el reporte del tráfico con carritos de juguete desde la azotea del WTC o la chacota donde el equipo se la pasaba desayunando conchas y tamales frente a las cámaras o a la legendaria Secretaria (alias Isabel Madow) levantando el ánimo de los teleespectadores (fue esa quizá la única etapa de mi vida en la que me despertaba temprano por voluntad propia).

El desparpajado sentido del humor broziano atrajo multitudes, refrescando las hasta entonces anodinas barras matutinas llenas de noticiarios con pretensiones de shows de variedades. Obviamente eso era dinero contante y sonante, por lo que a inicios de esta década, Brozo ya había sido reclutado dentro de las huestes de Televisa para darle impulso a uno de sus canales más descuidados: el Canal 4 de la Ciudad de México (hogar tradicional de series gringas descontinuadas e informerciales infames). Allí fue donde ocurrió la transformación de Brozo de payaso marginal a personaje de la vida nacional.

En esa época, más o menos, la revista Cambio para la que colaboraba publicó una portada con su rostro pintarrajeado y con el outfit conocido por todos; un saco raído, una playera en garras, una peluca desaliñada y una expresión agresiva perso simpática al mismo tiempo. De pronto, la popularidad del programa fue tal que comenzaron a acudir antes su estudio personajes que en otras condiciones no se acercarían a tal chacota: políticos, intelectuales y artistas de la más alta categoría.

Sin embargo, Brozo se convertiría en algo mucho más importante que un despliegue de tetas y chistes cuando un buen día de 2004 proyectaría un video de corrupción en la cara del protagonista. Este video sería el inicio de una de las crisis políticas más profundas del país, y que a la larga puso a Andrés Manuel López Obrador en el borde de la suspensión de sus derechos políticos un año más tarde. Pero mientras todo eso sucedía, asuntos personales de Víctor Trujillo terminaron por sacar el programa del aire, justo cuando ya tenía contra la pared a todos los noticieros de la mañana y comenzaba a manosearse la idea de colocarlo en la señal nacional del canal 2 de televisión.

Pasaron algunos meses hasta que regresó Trujillo al mismo canal 4, pero ahora con un programa mucho más serio denominado El Cristal con que se Mira. Una especie de show de variedades, pero sin Brozo y sin sarcasmos de por medio. Así las cosas, el antes comediante de la nariz roja y la peluca verde se convirtió en un respetable periodista con aires intelectuales que, dicho sea de paso, logró muy bien construir. Poco a poco la faceta chistosa del conductor fue quedando atrás, salvo ciertos destellos de su pasado.

Ahora el payaso ha vuelto.

Sin embargo, a mi juicio muy personal, parece como si a Brozo algo le hubiera pasado. Quizá no haya sido muy buena idea sacar al payaso del baúl de los recuerdos. Todos lo recordamos en su diálogo cumbre con René Bejarano (¡No me pendejees!) y sacando a Isabel Madow a pasear sus cositas. Ahora todo se ve impostado, los scketches carecen de gracia y sobre todo, al reciclar viejos chistes y momentos antaño graciosos (com el "no mami blue") todo parece como una maquinaria oxidada y forzada a marchar a quinta velocidad. No se si este show fue idea del mismo Trujillo, pero por momentos parece que el espectáculo fue montado más de fuerza que de ganas, como a manera de desquitar un contrato de exclusividad. Espero que todo esto sea desmentido en las semanas por venir, pero la cosa está tan decaída que ni siquiera el sacar a siete mujeres de excelente factura física se sintió la adrenalina de antaño.

Ojala y no sea esta la última carcajada del bufón.

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