Sunday, April 02, 2006

EL PRIVILEGIO DE CHAMBEAR

Con motivo de los disturbios y la polémica desatada por la reforma laboral francesa de las últimas semanas (sobre todo, ante la promulgación de una reforma denominada Contrato de Primer Empleo, CPE en pocas palabras), he tenido unas ganas muy cañonas de tocar el tema. Sin embargo, aún no encuentro el tono adecuado, pues así como no quiero escucharme como un paladín neoliberal, tampoco quiero que lo que digo se interprete como una grosera loa al igualitarismo zapatista que todos conocemos.

Sin embargo, después de leer foros de discusión y noticias acerca de esta cuestión, creo que es preciso dar algunas opiniones, aunque suenen políticamente incorrectas.

Según lo que comprendo, las manifestaciones son respuesta a una iniciativa gubernamental para hacer que los jóvenes (en el estándar francés, todo aquel menor de 26 años) puedan entrar al mundo laboral rápidamente, permitiendo a cambio que sus empleadores puedan despedir al personal más rápidamente y sin tantos trámites ni compensaciones. Los estudiantes, por el contrario (y desde su lado del ruedo), miran esta iniciativa como una amenaza directa a la promesa del sistema social francés de darle a todo ciudadano un empleo bien remunerado, estable y acompañado por un sistema de seguridad social generoso que incluya la salud y un seguro para el desempleo.

Así las cosas, me parece que uno de los problemas por los que este asunto se ha convertido en una papa caliente para el gobierno francés (y que amenaza con deteriorar el futuro de algunos políticos prometedores que ya se hacían con las riendas del país) es que los estudiantes sienten que se amenazan garantías fundamentales para su sobrevivencia personal. El problema con dicja garantía es que establece cumplimientos que trascienden los logros y el mérito personal, creando un círculo vicioso donde la creatividad y el tesón no son premiados y la hueva no es penada.

Aquí es donde entro con mi experiencia personal, que remarco, es personalísima de mi yo solito.

Cuando entré a estudiar la carrera en 1994, no tenía ni la más mínima idea de que terminaría dedicándome al periodismo, ni siquiera me interesaba particularmente. Sin embargo, debido a la curiosidad y a las ganas de hacer algo útil con las horas muertas que tenía entre clases, fue que me metí a la asociación de estudiantes de mi plantel, donde además de amistades entrañables, participé en la realización de proyectos como una revista estudiantil (demasiado clavada para la fresez del plantel donde estudiaba), amén de la organización de todo tipo de eventos estudiantiles; desde congresos de comunicación hasta fiestas para promover reinas del campus.

Aunado a esto, la crisis económica dejó a mi familia sin los recursos necesarios para poder pagar mi colegiatura por lo que me convertí en parte de la población becaria del campus, entre cuyas tareas implicaba el que tuviera que cubrir cierta cantidad de horas al servicio de un área administrativa del campus. Curiosamente me tocó caer en el área de comunicación social, donde mis habilidades escriturales tuvieron su debut redactando discursos para el director del campus y revisando correos electrónicos. Aquí cabe decir que estas tareas las llevá a cabo mientras seguía como parte de la asociación de estudiantes.

Finalmente, debido a mi interés por las tecnologías de información (me declaro orgulloso cibernauta en servicio desde 1994) me enteré de que un área del departamento de Comunicación se estaba dedicando al estudio de esa cosa llamada Internet, pero no desde el punto de vista de los cables, sino desde la perspectiva de las ciencias sociales. Pues allí me fui a meter de curiosito, y donde me dieron chance de comenzar en el departamento de armado de páginas web, que para quienes nacieron en la época de los blogs, era algo que se hacía a mano, casi línea a línea de código.

Quiero aclarar algo. No era (ni soy) un super hombre excepcional que tuviera capacidades extraordinarias. Simplemente decidí aprovechar las oportunidades que me brindaba la escuela donde yo estaba y sumergirme en ellas, y no precisamente por heroica vocación; simplemente sucedió que tenía muchas horas libres y al carecer yo de coche, pues tuve que arreglármelas para pasar mucho tiempo en la universidad.

¡Uf! Se me acaba el tiempo, pero seguiremos en el tema.

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