Es curioso, yo pensaba que esta semana tendría tiempo suficiente como para escribir muchos de los pendientes personales, pero resulta que la Wilson (dios de la hueva) decidió tomar el lugar que le toca a Cristo (en lo que recorre los caminos de Iztalapapa) y me ha tenido en la inopia crativa. Mala onda.
Sin embargo, haciendo acopio de energías regreso a poner manos al teclado y seguir los debrayes correspondientes.
Paris Hilton y la realeza pulquera
Es legendario el amor de cierta burguesía mexicana por los oropeles y los celofanes que envuelven a todo aquello que tenga que ver con la realeza. Prueba de ello son aquellos trasnochados monarquistas mexicanos que fascinados por las barbas blondas de Maximiliano lo invitaron a dejar su castillo de Miramar y trasladarse a este país y remediar aunque fuese un poco la afrenta de ser gobernados por un zapoteco.
Casi un siglo más tarde escritores como Carlos Fuentes y Luis Spota narraron las andanzas de los sobrevivientes de estos monarquistas, que pese a haber perdido bienes y fortuna en la Revolución Mexicana, recuperaron el abolengo al arrejuntarse con los nuevos mandamases, es decir, generalotes y nuevosricos amanecidos del caos de la Revolución. Sin embargo, en todos ellos persistió esa admiración por los emperadores, reyes y demás personalidades que al estar lejos parecían instantáneamente superiores al provenir de tierras donde no huele a tortilla ni la quebradita es el soundrtrack de todas las horas.
Esto (aunado al candor derivado de la ignorancia supina) ha hecho que se le rinda culto divino a personajes que rondan la estafa (desde el imaginario Ugo Conti descrito por Luis Spota en Paraiso 25 hasta las últimas andanzas de Letizia Ortiz Rocasolano, consorte de un príncipe español y que se tomó un semestre de su vida para beberse unos tequilas tapatíos y quizá disfrutar un par de raciones de aguayón torneado a la mexicana). Este fue el caso de Paris Hilton, una chica (de oficio definido en las páginas se sociales como "socialite") cuya gracia es la de estar guepetona, ser heredera de la fortuna amasada en los Hoteles Hilton y haber sacado raja de una aparente desgracia pública (haber sido grabada en un video erótico por un exnovio y luego ella misma grabar y vender su propia versión del candente asunto).
Hace un par de semanas esta chica hizo su aparición en tierras mexicanas promoviendo un perfume que lleva su firma (mi hermana comenta con picardía que ha de oler a zorra o a sábanas de motel usadas) y siendo expuesta en diversos antros y fiestas como atracción de feria. Resultó que la nena (niña rica y al fin y al cabo) hizo lo que quiso: plantó a los programas de televisión que la querían entrevistar (y que la querían para sazonar un par de bromillas), hizo docenas de mohínes incómodos ante la gente a la que le firmaba autógrafos (para mis adentros: ¿qué cosa les iba a firmar ella?) y lo mejor de todo, que haya despreciado a nuestro macho más representativo: Alejandro Fernández, a quien ni siquiera le dignó una miradita piadosa cuando se lo aventaron como para ver si sus dotes de "mexican lover" la amarraban a estas tierras sedientas de mujeres cosmopolitas.
Vergonzoso es lo que se me ocurre decir. Una pena que haya quien esté dispuesto a admirar semejantes adefesios, una verguenza que estos admiradores pertenezcan a las capas superiores de nuestra sociedad y mucho más triste: que durante su estancia en México se le haya prestado atención a cada paso que dio, a cada cosa que se compró y a cada dedo que al país le pintó. Como dice un gran amigo mío: y pensar que en Chiapas se lucha por la dignidad.
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