Personalmente, tengo muy malas experiencias con los autos Chrysler. Recuerdo que a mi padre (en épocas de abundancia) la empresa para la que trabajaba le dió en aquel entonces un flamante Dart K (eran fines de los 90). Después de un primer viaje para "calarlo" en Puerto Vallarta, el vehículo nunca volvió a quedar en una pieza.
Sería mala suerte o fallas de ensamblaje, pero ese coche se volvió un asiduo visitante de talleres mecánicos, establecimientos de arreglo del servicio eléctrico y hasta servicios ocasionales de talachas. En fin, la cosa es que el vehículo de marras nunca volvió a quedar en una pieza y en lo que a mi familia respecta, la marca Chrysler quedó desacreditada.
Hace algunos años, la armadora europea Mercedes Benz adquirió a la desfalleciente armadora norteamericana. Como consumidor, yo esperaba que la calidad de los autos mejorara y que se pusieran al tiro con la calidad de la melcocha. Desafortunadamente, esto jamás sucedió y aunque lograron una interesante integración entre sus líneas RAM, Jeep y Chrysler, jamás pudieron sacar un vehículo que revolucionara la industria.
Peor aún, mientras los japoneses estaban con la mira en los autos híbridos y los motores de alto rendimiento, Chrysler estaba ocupada en sacar autos mastodónticos para un mercado que al final de la década, simplemente les está volviendo las espaldas.
Irónicamente, Mercedes ha logrado mantenerse a salvo de este desastre y ahora anuncia la separación de Chrysler y su venta a quien quiera comprar la empresa. Si me piden una opinión, creo que Chrysler terminará disolviéndose, sea por simple quiebra o adquirida por alguna armadora asiática que empleará el legado de las marcas Chrysler para darle proyección mundial a sus productos, un poco como lo hizo Lenovo al adquirir la marca de computadoras ThinkPad.
Y como dicen los columnistas chafas cuando no saben cómo cerrar la nota:
Al tiempo.
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